Lo que me fascina del Hombre Lobo

El Hombre Lobo siempre fue un personaje que me fascinó. Un hombre, inteligente y formado, que en las noches de luna llena se convierte en una bestia irracional. Institiva. Ahora es un personaje de leyenda, un mito del cine y la literatura. ¿Pero se imaginan cómo surgió el primer hombre lobo? Por lo visto, el primero fue un tal Licaón, rey de Arcadia, Grecia. “Licaón era un rey sabio y culto y una persona muy religiosa que había sacado a su pueblo de las condiciones salvajes en que vivían originariamente” (wikipedia dixit).

Yo me imagino a Licaón, sentado en el sofá de casa, observando el friso del templo de al lado como el que mira la televisión. Aburrido de tanta filosofía, política y frases grabadas en piedra, a Licaón le apetece salir de farra. Despilfarrar unos cuantos dracmas en jarras de cerveza, hidro miel y pillarse un cebollazo de mil pares de narices. Pero claro, él es un rey sabio, culto y religioso. Su ánimo de juerguista se ve encajonado en la corona del triunfo.

Entonces, impotente, sale al balcón del templo y se queda anonadado con la luna llena. Por la puerta entra su criada, Remigia (es mi historia y yo elijo los nombres), y el amigo Licaón se avalancha sobre ella como el perro que juega con una pelota. A la mañana siguiente, Remigia, emocionada de que su rey la haya elegido a ella para ser su reina, sueña despierta con un futuro sin desempleo. Licaón, el muy pillo, le advierte:

-Lo siento, cielo. Pero cuando miro la luna llena pierdo el sentido

-¿Cómo?

-Sí. Me convierto en un…en un….un lobo. Un hombre lobo. Es una maldición de, de, de, hmm, Zeus. Anoche era un animal que no podía controlar sus instintos.

-¡¿Qué?! ¿Entonces no me amas, mi anhelado Licaón?

-No, querida, no. No puedo amar a nadie, pues nadie puede comprender lo complicado que es ser un hombre lobo.

-Quizás podamos eliminar el sortilegio… Siempre hay solución, lo dice el maestro Sofocles.

-Sí. Sí. Hay una solución… Tienes que…atravesarme…con una bala de plata.

-¿Y qué es una bala?

-Bah, da igual. Olvídame, no te merezco.

-¿Nunca más te volveré a ver, aullador mío?

-Hmmm… Bien pensado, pásate cuando haya luna llena, chata.