Un profeta

Es tan fría, tan escabrosa, tan oscura, tan palpable, tan verdad, que da miedo. ‘Un profeta’ es una absoluta recreación del mundo carcelario visto desde una perspectiva rutinaria. No hay grandes explosiones ni espectaculares escenas de acción. Su violencia es mucho más refinada y, claro, más brutal.

Talik El Djebena (Tahir Rahim) es un preso de 19 años recién llegado a una prisión francesa. Sus primeros días allí son horribles y pronto descubrirá que hay miles de razones que podrían poner el punto final a su vida con y sin muros: el racismo, la envidia, las drogas… Por azahares del destino se topa con César Luciani (Niels Arestrup), un capo de la mafia italiana, que le planta sobre la mesa un tremendo dilema: “O matas por mi o yo te mato a ti”.

En una visión muy personal, ‘Un profeta’ es una metáfora del mundo empresarial. De cómo nos sometemos al líder facto, a su voluntad. Y de cómo, sólo con la formación y la experiencia, podemos evolucionar en un mundo de lobos. Especialmente reveladora me parece la frase que uno de los presos le dedica a Talik: “¿No sabes leer? Aquí puedes aprender. Después de todo, se trata de eso, ¿no? Salir mejor persona de lo que entraste. Más preparado”. Ese aprendizaje lento y metódico de Talik es el que terminará convirtiéndole en una versión sui géneris de ‘El Conde de Montecristo’.

Sin embargo, la frialdad y la oscuridad que tan bien sienta a la globalidad de la película, no ayuda a sentir empatía con el protagonista. Donde Malamadre triunfaba, Talik no llega ni a asomarse. Es muy complicado hacer nuestra la historia. Además, la duración es excesiva (150 minutos) para un ritmo tan reflexivo. Sin duda, habrá espectadores que sufrirán para llegar al final.

‘Un Profeta’ está entre las candidatas a Mejor Película de Habla Extranjera en Los Oscar. Sí, es buena. Pero hay otras que le dan doscientas once vueltas. Si no fuéramos tan ‘modestos’, este año tendríamos otra oscarizable española…