El tren de las 3:30

¿Saben esa sensación de ver cómo un tren pasa y se aleja en el horizonte dejando el amargo sabor de la derrota, la sensación de haber perdido ‘la’ oportunidad? Los amigos Kandor no la conocen. Sí, sí, ya sé. No vamos a ponernos en plan “bah, nos da igual el Oscar, total, y si somos los mejores bueno y qué”. Pero es la verdad. La estatuilla dorada no se vino con ‘La dama y la muerte’, sin duda una desilusión que sólo puede provocar un sentimiento cuando uno se sabe ganador: “Tranquilos, será la próxima”.

“La próxima”, decía Manuel Sicilia, productor de Kandor. Y lo hacía sin un ápice de prepotencia, con humildad. Si esta nominación hubiera sido consecuencia del azar o de un sobre lacrado que Antonio Banderas depositó en los bolsillos de la Academia del Cine Americano, ahora estaríamos asustados. Pero hoy, al contrario, 80 personas –y subiendo- están trabajando a destajo en nuevos proyectos que les llevarán, una vez más, a lo más alto de este maravilloso mundo del contar cuentos.

Tuve la oportunidad de ver con los amigos de Kandor el momento en el que ‘Logorama’ chafaba la esperanza. Eran las 3:30 horas. No les negaré que los vítores de la victoria hubieran sido bonitos, pero los abrazos, las lágrimas contenidas y las sonrisas de media comisura me pusieron los pelos como escarpias. Porque, aunque ellos aún no lo sepan, son los auténticos protagonistas de la película. Los portadores de una tremenda ilusión.

El tren de las 3:30 es caprichoso y muy codiciado. Todo el mundo quiere estar debajo de la marquesina, esperando que el revisor le señale con el dedo y le invite a subir. Se pueden imaginar los codazos, los empujones y la mala baba que se mueve en esta parada de tren. Por eso ayuda mucho tener una espada para cortar suspicacias, ser un valiente guerrero para evitar el miedo y llamarse Goleor para presumir de casta.

Larga vida a Kandor.