Cannes

Está claro que el Festival de Cannes es la inevitable referencia al cine mundial con ojos visto desde Europa. Y que Cannes, además, es la cuna que mece el éxito de cientos de artistas del viejo continente que pugnan contra un mastodóntico y todopoderoso Hollywood. Pero, por alguna razón que no alcanzar a entender, me parecen unos premios desangelados. Sin carisma ni alma.

Puede que sea culpa de esta bendita ignorancia mía, malcriada a la sombra de la panda de Spielberg. Y que, en consecuencia, no sepa apreciar el talento que se mueve por esos lares. Aunque, me temo, que mi sensación es ampliamente extrapolable a un número considerable de la población humana (del resto de seres vivos no hace falta opinar; todo el mundo sabe que les tira Bollywood).

Mira que lo tienen todo: estrellas mediáticas tipo Brad Pitt y jovenzuelas de buen ver como Sienna Miller. Directores controvertidos y polémicos a lo Quentin Tarantino. Y, claro, cientos de periodistas que les encumbran entre suaves algodones de miel. Pero oigan, que no. Que no me convencen. Casi ninguno de los premios consiguen llamar mi atención.

No obstante, este año ha sucedido algo fabuloso. Esa lejanía y glamourosidad de Cannes ha quedado reducida gracias a la presencia del granadino Pedro Pío, que pese a que nunca he cruzado media palabra con él, me siento muy unido por haber compartido las aulas de la Escuela Superior de Comunicación de Granada (ESCO). Resulta que el fenómeno se ha metido en la cartera a los gurús de Cannes y le han nominado en la categoría de Mejor Corto Documental.

¿Se imaginan que gana el premio de Cannes? Entonces, y sólo entonces, estoy seguro de que esos premios sí que serían verdaderamente importantes. Al menos para mí.