House M.D.

House sí es una historia de personajes. Y una muy bien escrita. Ha conseguido, a lo largo de seis temporadas, la técnica perfecta para condensar en un capítulo de 45 minutos una pequeña gran producción cinematográfica. Lejos de conformarse con la idea tan fácilmente vendible de un doctor que nació para ser el Sherlock Holmes de la medicina, sus guiones están repletos de maravillosas pinceladas biográficas de sus protagonistas. Razones, lazos, sentimientos, amores y desamores, pasiones encontradas, vocaciones, sueños. Está repleta de carisma.

La última temporada ha sido una perfección monumental que ha profundizado en los secundarios, poniendo a Hugh Laurie, incluso, detrás de la cámara como director (episodio ‘Lockdown’, brutal). Mezcla, en las proporciones exactas, dosis de humor inteligente, dialéctica, filosofía y acción.

Al contrario que otras, cualquier guiño o extravagancia que se les ocurra a los guionistas, queda magistralmente explicada en algún momento. Eliminando la odiosa e impotente sensación de las medias tintas. Pero lo mágico de la tropa de Gregory House es que no necesita inventar elementos aislados para captar la atención del espectador. Es lo más parecido a una obra de teatro dentro de la pequeña pantalla de la televisión. Actores y actrices experimentados, brillando por sí mismos, flotando por encima de una trama que les convierte en el centro de atención.

Es, una vez más, una historia de personajes. Ahora, sean tan amables de comparar House M.D. con ‘Perdidos’. Y dejen de repetir, una y otra vez, fieles al dogma de la iniciativa Dharma, que el final de Perdidos es maravilloso porque cierra una historia de personajes. Pamplinas. ‘Lost’ ha sido un triunfo mediático. House, un éxito sobre el papel.