Eclipse

“Eclipse es la mejor película de la saga Crepúsculo”. Esta afirmación la han podido leer en la campaña de marketing de la película de marras. Es absolutamente correcta. Visualicen la explicación: una cerda de cien kilos se da un atracón de bellotas. Come tantas que, cuando se está tragando la última, siente la imperiosa necesidad de expulsarlas por el orificio de Voldemort. Primero echa un mojón considerable. Luego un mojón despreciable. Y, por último, un mojón que tiene forma de pirámide, perfecto. Sí, es el mejor mojón de todos, pero no deja de ser un mojón. Dicho lo cual, hablemos de la cosa esta:

‘Eclipse’ vuelve a contar la historia de la mayor hija de fruta –me he contenido- de todos los tiempos: Bella Swan (Kristen Stewart). Y digo vuelve porque el guión empieza y termina en el mismo puñetero sitio en el que lo hizo ‘Crepúsculo’ y ‘Luna Nueva’. No pasa nasti de plasti. La estupenda Bella tiene a dos maromos comiendo de su mano: Edward (por) Cullen (Robert Pattinson) y Jacob Black (Taylor Lautner). Estos dos se llevan muy mal. Pero mal, requete mal. A ver, para que se hagan una idea, es como si Bella fuera la Alhambra y los otros dos, un granaíno y un sevillano. ¿Captan?

He de admitir que el principio me emocionó. Fueron setenta segundos que me hicieron temblar ante la posibilidad de haberme errado y, efectivamente, estar viendo una película decente. Se ve que el director, David Slade (‘Hard Candy’, ’30 días de oscuridad’), rodó algunas escenas salpicadas que duran, en total, cosa de diez minutos. Oigan, estupendas: acción, suspense, terror clásico. En serio, me gustaron. El problema es que, cuando se cansaba, dejaba al becario dirigir el resto de la película: diálogos cursis, eternos, vomitivos y altamente indigestos: “Te quiero como la trucha al trucho”, “y yo a ti te adoro, como la lora al loro”. Etcétera.

Pero al final, admito, he sabido encontrar el mensaje profundo de la película: Niñas, no se retoza con niños hasta que cumpláis con el sacramento del matrimonio. De hecho, creo que Stephenie Meyer escribió el cuento para enseñar a sus hijas que, por mucho que un hombre lobo fortote te diga que está ‘imprimado’ (término que se inventa para no decir ‘cachondo’), quédate con el frío y triste ricachón mayor que respete tu virginidad.

Esto es ‘Eclipse’. Francamente, un mojón. Eso sí, la gente de la sala, al terminar, aplaudió. Creo que esa era una de las señales de Nostradamus… Señores, nos vamos a pique.