Regreso al futuro

Hay pocas afirmaciones rotundas en el mundo del cine. Pero una de ellas, estoy convencido, es que a todo el mundo le gusta la saga ‘Regreso al futuro’. Las aventuras de Marty McFly (Michael J. Fox) lo tienen todo para enamorar y, por más que las pongan en la tele, siempre vuelvo a picar, alucinado con el Delorean y el condesador de fluzo. El sábado fue el 25 aniversario de la película de Robert Zemeckis (‘Beowulf’, ‘Forrest Gump’ o la eternamente inmensa ‘Quién engaño a Roger Rabbit’) y a mí me tocó vivirlo en una boda.

Las bodas son una perfecta máquina del tiempo, ¿no creen? Ofrecen la oportunidad de otear un futuro que empieza a escribirse y, además, disfrutar de un pasado del que es imposible desprenderse. Con los novios subidos en el altar es fácil hacer un ‘flashforward’ mental y visualizar a una pareja feliz que llega a casa después de un día de trabajo e, incluso, niños brincando por los pasillos con una pelota de fútbol. Por cierto, quiso la casualidad que el cura que ofició el enlace –Emilio, creo- tuviera un tremendo parecido con el Dr. Emmet Brown (Christopher Lloyd).

Pero lo fascinante de las bodas es el viaje al pasado. Ya saben: amigos que no veías desde los años de Matusalén, familiares perdidos en una lista de correo de felicitaciones de Navidad, niños que ya no son tan niños, aquellos primos lejanos con los que jugabas en verano… Este reencuentro siempre resulta apasionante. Y creo que ahí reside la auténtica magia de los viajes en el tiempo, que vivimos el pasado y el futuro en el presente.

Las titas de Inés, la novia, me decían con chiribitas en los ojos: “Pues ya se han casado. Ya era hora, después de tantos años juntos. Ahora les toca vivir el futuro”.

En fin, espero que todos tengan la oportunidad de, cada cierto tiempo, regresar al futuro.