Karate Kid

Si hay algo tan característico como merendar un bocadillo de Nocilla para definir a toda una generación, eso es la patada de la grulla. Recuerdo que, nada más terminar de ver Karate Kid por primera vez, me hice fiel seguidor de la escuela del maestro Miyagi. El cuarto de estar se convirtió en mi dojo particular. Allí ensayaba con esmero aquello de “dar cera y pulir cera” y “pinta valla arriba, pinta valla abajo”. Pero la técnica que más practiqué fue la patada con la que Daniel San ganaba el torneo a los Cobra. Sí, el tiempo ha pasado y aquél golpe mortífero ya no parece tan espectacular -David Bisbal, cuánto daño nos has hecho-, pero la sola posibilidad de poder practicarla era emocionante. Te hacía sentir fuerte, capaz de defender a cualquier colega de Salcedo, el niño malo de clase.

El remake de la familia Smith es la misma película que la de 1984. Tiene el mismo título, pero va sobre Kung Fu. El guión tiene la misma estructura, pero se desarrolla en China. El principio, el final y muchos de sus diálogos son calcos; pero están interpretados por zagales imberbes. Jackie Chan es un excelente maestro, pero no es Pat Moritta. Jaden Smith también besa a la chica, aunque dudo que sepa lo que es una polución nocturna. Y, sobre todo, los niños reparten unos guantazos increíbles. Literalmente. Tan increíbles que ningún niño podrá llegar a casa y jugar a ser el chico karateka… A no ser que encienda la videoconsola. Ya me entienden.

Karate Kid, 25 años después, es también muestra de la brecha generacional. Estoy convencido de que los pequeños que no vieron la original disfrutaran como gorrinos en el lodazal. Es divertida, tiene emoción, acción, aventura y el fenómeno adolescente del momento, Justin Bieber, canta el tema principal (estoy seguro de que Barney Stinson* nunca incluiría la canción en su ‘ponte eufórico mix’, algo que sí hizo con el 0You are the best around’ de Joe Espósito). Seguro que les encanta. Aún así, no puedo evitar sentir el orgullo herido. Es como si un ente maligno se dedicara a cambiar mis juguetes favoritos, desponjándolos de toda su alma.

Yo nací en los 80 y sobreviví haciendo la grulla de Karate Kid.