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Una de nuestras conversaciones típicas a la luz de la Alhambra -Especial o 1925, aceptamos ambas- gira entorno a la posibilidad de idear una producto tan original que nos haga inmensamente ricos. He de confesar, con toda humildad, que si alguno de nuestros proyectos vieran la luz, el mundo sería un lugar mucho más bonito (¿se imaginan lo que sería un cortador automático de papel higiénico? Nosotros sí)

El caso es que, hoy día, tener una inspiración medianamente original es harto complicado. Aquello de que no hay nada nuevo bajo el Sol adquiere un sentido 2.0 con la llegada de las nuevas tecnologías y la era del remake y el refrito. Hay una regla: por cada idea que alguien reclame como suya, hay dos inventores que retuercen en su tumba.

El amigo Zuckerberg -no confundir con el Dr. Zoiberg- tiene una historia, como poco, intrigante. El tipo tuvo una idea a la que supo sacar partido, al igual que David Fincher ha sabido contar una historia que ha sido publicada en la prensa hasta la saciedad, con un ritmo y un guión que enganchan desde el primer segundo.

¿Alguno de los dos es verdaderamente original? No, claro que no. Nadie lo es. Uno colgó en Internet el álbum de fotos de su promoción de la Universidad y el otro rodó un biopic con licencias. Y ahí está el mérito. En convertir una idea más en un producto de calidad, que no sabe a lo de siempre, que revoluciona.

Pero bueno, ya van dos días y todavía no hemos comentado ‘La red social’ como Steve Jobs manda. “Uno no hace 500 millones de amigos…”