Vendetta

“Recuerden, recuerden, el cinco de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la demora y siempre es la hora para evocarla sin dilación”. ‘V de Vendetta’ es una de las novelas gráficas de Alan Moore más conocidas y, sin duda, una de las más controvertidas. El escritor desmenuzó la realidad política de su época (la Inglaterra de Margaret Thacher) para empatizar con un Maquiavelo que justifica el fin con los medios más brutales. Más terroristas.

El guión es tan retorcido que, si se despistan, pueden posicionarse del lado de ‘V’, el líder de la revolución, de la venganza. ‘V’ es uno de los mejores antihéroes de la narrativa moderna: cruel, radical, inteligente, carismático y fiel a un objetivo que está muy por encima de su propia existencia. Incluso de la Historia.

En 2006, los hermanos Wachowsky (‘Matrix’) llevaron la historia al cine con Hugo Weaving -escondido siempre tras la máscara- y Natalie Portman -una de las pocas mujeres sobre el planeta que, rapada al cero, pudo seguir presumiendo de guapa-. Pese a que los fans más acérrimos al cómic criticaron con dureza la conversión, he de admitir que a mí sí me gustó. En especial la escena final, en la que cientos de ‘máscaras’ salen a la calle. Creo que la película supo adaptarse a los nuevos tiempos, más abiertos que en la época original, y lanzar un mensaje que sigue siendo necesario: No deje que nadie piense por usted (“El pueblo no debería temer a sus gobernantes, son los gobernantes los que deberían de temer al pueblo”; “Una mente abierta puede cambiar el mundo”).

¿Y qué me dicen de el monólogo final? ¿Qué me dicen de las últimas palabras de un tipo que justifica sus actos con violencia? “Espero, seas quien seas, que escapes de este lugar. Espero que el mundo cambie y que las cosas mejoren.
Pero lo que espero por encima de todo es que entiendas lo que quiero decir cuando te digo que aunque no te conozca, y aunque puede que nunca llegue a verte, a reírme contigo, a llorar contigo o a besarte, te quiero. Con toda mi alma, te quiero”.

Sigan pensando, las opiniones nunca mueren. Y siempre obtienen su vendetta.