El Discurso del Rey

Don Lorenzo ponía mano dura en sus lecciones de Geografía. Nos colocaba a todos los alumnos alrededor de la clase, en fila de a uno, para preguntar capitales de países, ríos, montañas y no sé cuántos detalles más. Por cada golpe de bolígrafo en la mesa, el profesor esperaba una respuesta correcta. Un fallo suponía “un cero directo a la cuenta”. Pero esa voluntad implacable no era nada comparado con la ira que desprendían sus ojos en Lengua si empezábamos una respuesta con palabras innecesarias: “Pues esto es…”, “que la obra es…”, “no sé, por ejemplo…”. Un resorte le impulsaba de la silla, golpeaba la pizarra y, con los palmas manchadas de tiza, arengaba: “¡Hay que hablar con propiedad, las palabras son espejo de la educación!”

‘El Discurso del Rey’ es una maravilla narrativa que hace de un detalle minúsculo, el tartamudeo del Rey Jorge VI de Inglaterra (Colin Firth, ‘Un hombre soltero’), una historia de proporciones universales. La película de Tom Hooper es un canto a la inteligencia emocional y al poder de la empatía; una certeza de que no hay sistema educativo que respete más al alumno -y hablamos de un Rey- que el cariño. Una honra, en definitiva, a la voz como capacidad de dar forma al sentimiento y a la pasión, de hacer audible los sueños que otros no pueden pronunciar; de ser un auténtico líder.

La cinta es una gozada que no sería posible sin el gratificante trabajo de Geoffrey Rush (‘Shine’, ‘Piratas del Caribe’), un “corrector de deficiencias del habla” que tendrá que conseguir que el nuevo Rey sea capaz de dar un discurso repleto de matices, cariño y lealtad. Sin un solo tartamudeo. Un actor, a ratos olvidado, que encarna la pura pasión por las Letras con tanto acierto que es imposible no emocionarse con sus sonrisas cómplices, sus palabras cargadas de futuro y su mirada adelantada a los aristócratas y cabezas de un país traumatizado por otra gran guerra. La sensación constante, con Rush, es la de estar junto a un escenario, deslumbrándose por las dotes de un orador imponente. No ganar el Oscar por este papel sería un insulto para el resto de actores nominados.

Dejen que la épica de la dialéctica les sobrecoja. ‘El Discurso del Rey’ gustará a los educadores, por su respeto. A los amantes de la política, por su intrahistoria. A los actores frustrados, por su empatía. Y a cualquier ser humano, por su tremenda facilidad para entrañar.