"El lenguaje me limita"

Migue -pongamos que se llamaba así-, si no hubiera aprendido a hablar, sería un ser ilimitado. O al menos eso dice él. “En serio, que el lenguaje limita”, insiste. Está con un grupo de amigos, en una mesa amplía, en un restaurante italiano, y es difícil no coscarse de su conversación. El comentario, después de tantos brindis vikingos y raros gritos clamando al universo, llamó mi atención. De repente, el tipo éste suelta la frase: “el lenguaje me limita”. Y lo hace con una cerveza en la mano, como un poeta del Romanticismo pero en plan castrojo. Leche, que me pilló por sorpresa tanta filosofía contenida.

Acto seguido, le da un trago a la birra y continúa su perorata: “Yo pienso con palabras. Imagina si desde pequeño pensáramos libres, sin estar contenidos a unas normas de lenguaje”. Entonces, sus colegas guardaron un respetuoso segundo de silencio para, como el que escupe un vaso de agua después de escuchar un buen chiste, reírse a carcajadas en su cara. Al grito de “¡no sólo te limita el lenguaje!”, el equipo de bárbaros continuó devorando sus pizzas y sus platos de pasta, con todo el desparpajo.

Al final de la noche, antes de salir del local y después de haber escuchado sus chalauras -qué gracia tenían los jodíos-, llegué a la conclusión de que estaban más cercanos a ‘La Cena de los Idiotas’ que a aquél primer diálogo a lo Tarantino que inició el tal Migue -que vestía una camiseta rosa en la que se podía leer ‘Brox Sister’, para que se hagan una idea de la foto-.

El caso es que me pareció un chispazo de genialidad. Pensé en la cantidad de guiones que se enriquecerán de una vida real que parece tan irreal. La de personajes que pululan por ahí, sin agentes de prensa ni consultores políticos, a los que merece la pena escuchar.

Para terminar, una última perla a la que todavía intento buscarle un sentido: El tal Migue, sale por la puerta y, solemne, dice al viento: “Todos los sitios eran fallos”. En serio, ¿qué creen que quería decir?