Hanna

Rousseau estaba convencido de que la bondad del ser humano no depende de la corrupción que le rodea. El filósofo sostenía que la educación es el arma básica para sobrevivir a la manipulación, al delito y a la tentación de la baraja trucada. No convertirnos en tahures es cuestión de haber leído, de haber tratado, de haber sentido. Incluso, Rousseau creía en la redención del hombre a través de la empatía: la espada más afilada convertida en el escudo más recio.

Atrapada en un páramo helado, Hanna (Saoirse Ronan) desconoce qué hay más allá del invierno. Su padre (Eric Bana) le enseñó a leer, escribir y cazar. Pero también artes marciales, idiomas y balística. La adolescente es, sin saberlo, una espía perfecta. Cuando llega el momento de abandonar, por fin, el nido, ambos separan sus caminos. Él le da una única clave: “en cuanto salgamos, van a ir a por ti”. A partir de entonces comienza un peregrinaje, casi una huida permanente, hacia la verdad que esconde la pregunta: ¿Quién es Hanna?

‘Hanna’ es un cuento adulto. Un ensayo sobre la inutilidad de una educación perfecta -sobrehumana, incluso- si no va acompañada de un abrazo, de una caricia, una tarde de risas, un beso sisado o un atardecer transformando nubes en dragones. Y de libros que te hagan llorar, películas que ericen el vello, pinturas que eleven el alma, templos que empequeñezcan la figura o canciones que embelesen la lluvia. Amor y Arte, al fin.

Joe Wright cambia el drama de época y la reflexión (‘El Solista’, ‘Expiación’, ‘Orgullo y Prejuicio’), para dirigir un filme de acción al ritmo de los chicos de Chemical Brothers. Un experimento que le da muy buen resultado, convirtiendo a la película en una de las sorpresas de la temporada. Especial atención para ella, Saoirse, que se está granjeando una carrera magistral.