El topo

Cientos de ojos mezclados en distintos momentos, en distintos lugares, en distintas perspectivas. Emociones confundidas en miradas sagaces que rezuman inteligencia. Un puzzle que se construye con paciencia y determinación, mostrando, pieza a pieza, el rostro del Judas que vende, con sonrisa ladina, la información que protege a un país entero; un país que aún sufre los fríos achaques de una guerra mundial extinta. ‘El topo’ es como una foto en blanco y negro: capta la atención, exige paciencia y a un observador capaz de hilar más allá de la propia imagen. Porque cada imagen es, en sí misma, una enorme historia.

A priori, dos nombres: el sueco Tomas Alfredson y el londinense Gary Oldman. El primero dirige, con un talento innato, un relato de suspense que nos otorga, desde el primer minuto, la sensación de que somos un espía más enrocado entre las mesas del Servicio de Inteligencia Británico, gracias a un espectacular juego de cámaras, luces y sombras. ‘El topo’ es su segunda gran película después de ‘Déjame entrar’, su fantástica presentación en Hollywood que ya fue adaptada, consagrándose como uno de los grandes artistas del panorama cinematográfico actual con un porvenir muy prometedor. El segundo, Oldman (‘El caballero oscuro’, ‘Harry Potter’), realiza un trabajo brillante como el ex agente George Smiley, regalándonos imágenes, discursos y expresiones que serán difíciles de olvidar. Inmenso.

Sin embargo, sería injusto desmerecer al resto de actores de este thriller coral que enriquecen con su sola presencia cada una de esas imágenes repletas de matices: John Hurt, Colin Firth, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Toby Jones y Tom Hardy. Probablemente, uno de los mejores repartos del año. Ellos, aderezados con el preciosista trabajo de arte recreando un ambiente en el que casi se puede oler el humo del tabaco, casi sentir el miedo constante a un ente fantasmal y amenazante, la guerra fría.

‘El topo’ de Alfredson es una magnífica versión del mundo que John le Carré describió en sus novelas. Pero no es una película fácil, típica. Es exigente, nada escandalosa y huye de las construcciones prefabricadas a las que nos tiene acostumbrado el género más comercial. Su espíritu queda perfectamente recogido en los primeros y últimos cinco minutos del film y en la muestra de que, a veces, el secreto de narrar es no decir nada.