Los descendientes (II)

Seguro que saben a lo que me refiero: los peores días nunca lo son por una única razón. Suspendes el examen que llevabas meses preparando, perdiste el autobús de vuelta a casa, una multa estropea el debe y el haber, el de Movistar te despierta de la siesta, el niño se pone malo, ingresan a la abuela, hay que operar de urgencia a tu padre, muere el perro y te preguntas: ¿por qué todo me pasa a mí? Esas rachas forman grandes nubarrones que amargan la vida y nos ponen en dura liza contra el optimismo, encharcando cualquier intento de llenar el vaso.

Así arranca ‘Los descendientes’, con la voz de Matt King (George Clooney) aclarando la situación: “Mis amigos me dicen que tengo suerte de vivir en Hawai. Yo les respondo que aquí también llueve”. Desde el primer minuto, el cielo del paraíso hawaino se cubre de un manto de nubes -literal y metafóricamente hablando- que enturbian los azules, verdes y amarillos de un lugar “perfecto”. La mujer de King tiene un accidente que la deja en coma, un lamentable suceso que desvelará una serie de miserias difíciles de asimilar. Matt, abogado y heredero de un enorme terreno, engarzará a sus hijas, sus primos, su tierra, sus sueños y sus defectos para afrontar el camino de vuelta a la vida.

Alexander Payne (‘Entre Copas’, ‘A propósito de Schmidt’, ‘Election’) dirige la catarsis de George Clooney. Una preciosa oda a la imperfección y al complejo entramado de nexos que forman el espíritu del ser humano. Una película trascendente que guarda su mayor éxito en la aparente sencillez de la historia, un guion que se deja enriquecer por la experiencia personal y que eleva a la categoría de arte la empatía de un George Clooney magistral capaz de robarnos la sonrisa y de lanzarnos al llanto en una misma escena.

Y está el poso. La bella reflexión que acompaña al espectador más allá de la butaca. Que sigue y seguirá perenne en cada uno de los pasos que demos sobre la tierra, forjando una huella que sobreviva al tiempo, que no se borre ni marchite, que, pese a los errores y las miserias, mantenga viva nuestra herencia. La nuestra y la de todos.

‘Los descendientes’. Un rayo de luz entre tanta nube. Imprescindible.