Tambores, orgullo y ciclos

El 20 de enero de 2011 vi llorar a una vasca. No le dolía nada y su salud era de hierro y, sin embargo, lloraba. ¡Una vasca! Nos había invitado a cenar a su casa para ver por la tele la primera tamborrada que vivía fuera de San Sebastián. Al empezar el espectáculo saltó emocionada, al son de los redobles, pronunciando unas palabras que soy incapaz de escribir. Y conforme gritaba y cantaba y botaba, unas lágrimas se escaparon de sus ojos. ¿Qué te pasa?, preguntamos. “Es mi tierra y no estoy allí. Es el día grande”.

No es que yo no ame mi ciudad. De hecho, la adoro. Pero no hay un día en el que la ame más que el resto. Quiero decir, que no tengo esa pasión tan desbordante que Lara, esta vasca de la que les hablo, derrocha al hablar de su tierra. Le doy vueltas a esa idea y es algo que me cuestiona. Ya saben, eso que habrán escuchado cien veces: “Andalucía es lo mejor pero de allí no sale nada bueno”. Tal vez no nos vendría mal una cura de orgullo. No sé. Es una idea, ya que estamos de elecciones.

Aquella noche la conversación dio unos derroteros considerables, y terminamos enlazando la tamborrada con ‘El Rey León’. Alguien comparó el cariño de Lara por su tierra con el que hacía que Simba volviera a casa, unos años más tarde. Hoy, sentado en el ordenador de todos los días, recuerdo aquella conversación, los tambores de Donosti y la sidra de la cena, para despedir a Lara, mi compañera y amiga vasca que vuelve a San Sebastián, después de varios años trabajando con nosotros en IDEAL.

Supongo que de todo se aprende y que no hay experiencia que no se guarde en la mochila. Quizás usted conozco un caso parecido y sepa entender que, por mucha pena que me dé, no puedo quitarme de la cabeza la canción: el ciclo de la vida.

Agur.