Gordillo

Saltémonos cualquier concepción ideológica del asunto. Intenten obviar si están o no de acuerdo, si les parece una barrabasada o si, por el contrario, creen que es el movimiento social que definirá una nueva era. No importa. Quiero que intenten ver a Sánchez Gordillo y su marcha obrera como un elemento narrativo. Como un personaje escrito. Como una campaña documental donde drama, política, filosofía y economía se dan la mano. ¿No les parece interesante?

Les propongo que nos alejemos de la realidad y miremos a través de la pantalla: un grupo de hombres y mujeres cruzan Andalucía a pie para exigir unos derechos. Roban un supermercado. Se bañan desnudos en una piscina. Las televisiones internacionales se hacen eco de la noticia: “El Che andaluz”, lo llaman. Los mejores fotógrafos del planeta viajan a Jaén, Cádiz o Granada para conseguir uno de esos retratos icónicos que terminarán en un museo. Y la gente, personas como usted y como yo, hablando de él y su séquito. De lo bueno y lo malo que ha conseguido. De las interpretaciones libres, la justicia por la mano y el equilibrio estamental. Sinceramente, sería un documental que no me perdería.

Probablemente, cuando lean estas palabras la marcha ya desfile por los municipios de Granada. Una marcha estética y crítica que, nos guste o no, ha conseguido su objetivo: tiene toda nuestra atención. Y quizás eso sea un éxito mucho más trascendente de lo esperado.

No les engaño: me gustaría hacer ese documental. Me gustaría entrevistar a Sánchez Gordillo y grabar esa marea humana fluyendo por toda Andalucía. Pero sobre todo me encantaría plantear la pregunta para la que aún no encuentro respuesta: ¿Es esta la revolución que necesitamos? La Historia es caprichosa y nunca se escribe al dictado. Pero de lo que no me cabe duda es de que estamos viviendo un punto de inflexión global, una angustia generalizada con una mecha carcomida que, tarde o temprano, terminará por explotar. Si no ha empezado ya.