Los tres cochinillos

Cuando escuché a la abuela cantarle la nana a su nieta, viajé por el tiempo y el espacio a una era de pan con chocolate, cuentos en la cama y calcetines que otorgaban superpoderes al colocarse por encima del pijama. «Los tres cerditos se van a la cama», entonaba la mujer, «muchos besitos les dio su mamá». ¿Recuerdan la escena en la que el crítico gastronómico probaba el Ratatouille en la película de Pixar? Sentí algo parecido. La melodía, el cariñoso meneo y el entrañable cuidado que gastaba la mujer entre sus brazos me teletransportaron al dormitorio que compartía con mi hermano, tantos años atrás.

Volví a casa y tenía la musiquita pegada en la nuca; no podía dejar de tararearla. Hice lo único que podía hacer. La busqué en Youtube. Descubrí la versión original y fui consciente de la letra. Mi memoria solo recordaba las palabras iniciales, «los tres cerditos se van a la cama». La nana completa habla de los sueños de tres pequeños cochinos. Estimada generación, no se lo tomen como algo personal, pero esos pequeños cochinillos nos representaban a nosotros.

La canción cuenta las ambiciones de cada cerdo. El mayor soñaba que «era rey y de momento quiso un pastel». ¿Qué hizo el gorrino? «Hizo traer 500 pasteles todos para él». El segundo «soñaba que en el mar, en una lancha iba a remar, más de repente al embarcar, se cayó de la cama y se puso a llorar». Y nos queda el tercero, el pequeño, el más «lindo y cortés»: «este soñaba con trabajar para ayudar a su pobre mamá».

Como si se trata de un forzado detalle de guión para unir varias temporadas de una misma serie, vi a toda una generación reflejada en los tres cochinillos: primero nos dijeron que podríamos ser lo que quisiéramos y quisimos ser reyes, ricos y poderosos. Luego miramos lejos, más allá del horizonte, a otros países y otras culturas donde la pillería y la corrupción no fueran premiadas con un cóctel a 3,45 euros. Lugares donde colocamos el reino prometido, la relevancia de una vida dedicada al estudio, comprometida con la sociedad y los valores cívicos. Pero nos caímos de la cama. Y no nos dejan ni llorar.

Ahora, lindos y corteses, soñamos con trabajar. Sin miras, sin pasteles, sin promesas. Ignoramos las lecciones de antaño –«estudia y triunfarás»– y nos conformamos con poder roncar en una cama que podamos pagar.  Por suerte, una nana siempre será una nana: los mejores deseos de unos padres. Quién podría culparles. Fuimos niños y los niños son, siempre, el futuro.

«Y así soñando sin despertar, los cochinitos pueden jugar. Ronca, que ronca, al país de los sueños se van a pasear»