Super Hype Interruptus

No sirvo para esperar. Qué le vamos a hacer. He desarrollado un enorme potencial para deglutir las películas que consiguen generar una expectación colosal. Y sí, soy débil, y caigo con facilidad en el puñetero márketing de las grandes productoras: me carcome no tener ya mi entrada para ver ‘El hombre de acero’ (Zack Snyder, 2013). Cosas de la vida, qué le vamos a hacer, así somos.

Digo ‘somos’ no porque quiera meterles a todos en el mismo saco. Por suerte para la humanidad, cada uno es hijo de su padre y de su madre. Faltaría. Pero sí percibo que cada vez es mayor el número de aficionados al cine que se toma el estreno de una película como un evento ‘irrepetible’. Eso me gusta. Verán, llevo años haciendo la misma comparación y casi nunca encuentro a alguien que se ponga de mi lado. Yo digo: “es como si echan un partido de fútbol y en vez de verlo cuando lo ve todo el mundo –o tú crees y sientes que lo ve todo el mundo-, te lo grabas y lo ves mañana”. Y me dicen: “no digas tonterías, el fútbol es en directo, una película siempre estará ahí. Puedes esperar años y la película seguirá siendo la misma experiencia”.

Tienen razón, pero no. A ver si consigo explicarlo. Una cosa es la película entendida como ‘objeto artístico’ y, por tanto, imperecedero, y otra, muy distinta, el momento. Ese momento. Qué momento: las ansias, los nervios, las esperanzas puestas en un director, una idea que te ronda la cabeza, una sensación compartida con fieles fanáticos de las historias que quieren saberse parte, jugar su papel, darle relevancia al hecho en sí; y salir de la sala con porte orgulloso: “ya la he visto”, declamas.

Creo que está cambiando. Ir al cine supone un esfuerzo y, por eso, queremos hacer de la experiencia un momento único. Somos más los que decoramos la proyección de dos horas con meses de entusiasmo. Conste que puede que luego el film sea un chasco, que no mereciera nuestra ilusión, pero el momento quedará. Ahí, imperecedero.