Robin Williams. Oh, capitán

Si cierran los ojos al viento escucharan una voz, acaso un susurro, que se colará entre sus huesos y entre sus órganos y entre sus ojos y entre todas las cosas que componen el alma. Una voz que brota de una foto en blanco y negro para recordar que la vida es un suspiro y que los errores son la tinta de la poesía. «Carpe diem», dice la voz. «Carpe diem, aprovecha el momento». Palabras que estallan como la trompeta en el cuartel de aquellos que soñamos con ser poetas y nos quedamos en los estúpidos que, a poco que se nos dé la oportunidad, saltamos sobre el pupitre y brindamos por el Capitán.

 

 

Fue en un videoclub –uno de esos altares de dioses americanos relegados al olvido– donde Popeye guiñó su pipa y los niños decidimos que viajaría con nosotros. Cómo no gritar eufórico, delante de un micro improvisado, «¡Buenos días, Vietnam!»; cómo no imaginar que la niñera tiene pito; cómo no tirar los dados y rezar para que el mundo se abriera bajo nuestros pies y que por fin nos saliera barba; por Dios, cómo no frotar la lámpara de la cocina para escuchar al Genio cantar su genialidad.

Así es todo, contradictorio. Un tipo que fuera de los escenarios sangró desconsolado por las adicciones que le consumieron, ha sido, también, un maestro de la vida. Lo que le convierte, inevitablemente, en un intérprete formidable. Una inspiración constante que forjó vocaciones en las letras y en las ciencias, cargando libros y vistiendo saludables narices de payaso.

¿Recuerdan aquella vez que nos sentamos en un banco y nos empujó a salir al mundo, a experimentar la teoría? «Eres un crío que en realidad no tienes ni idea de lo que hablas –sus palabras, como derechazos que se hunden en el saco–. No puedes decirme lo que se siente cuando te levantas con una mujer y te invade la felicidad. Veo a un chaval, creído y cagado de miedo».

 

Quizás hoy, porque hoy es hoy y la crisis fluye y las horas agotan y nadie hace lo que supone que debería hacer porque hoy es hoy y el mañana nos asusta, quizás por eso, las clases del señor Keating tengan más sentido que nunca: «Carpe Diem. Porque seremos pasto de los gusanos, porque, lo crean o no, todos los que estamos en esta sala dejaremos de respirar, nos enfriaremos y moriremos. Invencibles, como ustedes se sienten, destinados a grandes cosas, pero que esperaron demasiado para cumplir sus destinos».

Robin Williams.

Joder, el puto Peter Pan –las Perseidas lloran el camino a Nunca Jamás–.

Ya eres un poeta muerto.

Te echaremos de menos, capitán. Oh, el capitán.

«Coged las rosas mientras podáis, veloz el tiempo vuela. La misma flor que hoy admiráis, mañana estará muerta (Tú mueves, chaval)»

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