Escribir mucho

Si tuviéramos una identidad secreta, como los héroes del cómic, aprovecharíamos las horas a escondidas para zafarnos de la crisis y hacer lo que hemos venido a hacer. Habría unas horas al día -más de las necesarias, seguramente- que emplearíamos para sufragar el pan, el agua y la superviviencia. Pero el resto sería nuestro tiempo. El tiempo de vestir la capa y el antifaz y convertirnos en héroes. El tiempo de salir a la calle a luchar contra la profunda injusticia del “esto es lo que hay” y del “podríamos estar peor”. El tiempo de los valientes que quieren ser felices por lo que son cuando no tienen que actuar como seres educados para la rutina.

Maldita sea el engaño al que nos sometemos gratuitamente. Por qué creer, joder, que sólo una explosión de rayos gamma o una fórmula secreta o un gen mutante o haber nacido en el puñetero Kriptón es la fuente del poder. Pasar años deseando que llegue ese inesperado chasquido que lo revuelva todo y nos ponga en la situación que deseamos, el evento que nos transforme por dentro y por fuera para tener, al fin, la excusa de ser héroes.

Creo que Gabo no podía volar. Tampoco podía levantar camiones ni mirar a través de las paredes. Y, sin embargo, Gabo tenía un poder. El suyo propio, el que cada uno de nosotros porta en algún lugar de su ser. Y lo supo encontrar. Hay gente que se pasa la vida buscando en cuentas bancarias, hipotecas y promesas laborales que difuminan el camino y entorpecen la verdad hasta la muerte.

En los últimos minutos del documental ‘Gabo, la magia de lo real’ (Justin Webster, 2015), el documental que narra la vida de Gabriel García Márquez, una periodista le pregunta al escritor sobre la vida. “La muerte es injusta”, responde Gabo. “¿Y qué podemos hacer?”, insiste la periodista. “Escribir mucho”.

Tienen tres conjugaciones para encontrar su verbo y hacerlo mucho. Su poder, su tiempo.

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