La, La, La Llegada

Consideraciones previas:
1.- Escucha el ‘Another Day of Sun’ mientras lees, tienes el vídeo y el enlace a continuación (luego querrás escucharlo una y otra vez).
2.- Hay leves spoilers posibles de ‘La,la,Land’ y ‘La Llegada’.

Los créditos ruedan por la pantalla como una pelota de retales rojos y amarillos por un colchón infinito. La melodía del ‘Another Day of Sun‘ recorre divertida la distancia hasta nuestras butacas, esquivando a los espectadores que pululan como glóbulos rojos por las arterias de la sala. La música nos ha poseído; nos ha atravesado en mil formas y maneras que hasta hace muy poco eran incomprensibles. «Qué suerte tenemos, ¿verdad?», me dice ella sin abrir la boca. «Shh, calla -respondo cariñoso sin romper el silencio mientras nos miramos a los ojos, ciertamente vidriosos-, sigue la música».

Desconozco si hubo un tiempo en el que la gente se quedaba sentada, por norma, a ver los títulos de crédito. Pienso en el que los ha hecho. En la persona que dedicó decenas de horas de su vida a colocar cada una de las blancas letras sobre el negro para que luego nadie les preste atención. Menudo drama. Aunque, claro, ¿y si el sueño de su vida era ser diseñador de títulos de crédito y es inmensamente feliz haciéndolo? Joder, qué bonita es ‘La, la, Land’.

En los últimos nueve meses casi no he pisado el cine. Después de tantos años deglutiendo películas e historias, cada visita a la sala se convierte en un pequeño viaje en el tiempo y el espacio. Un viaje de vuelta. Una vuelta más grande, más completa, más importante. Pero una vuelta más. Siempre una vuelta más.

Y así, dando vueltas y casi sin querer, el rodillo de ‘La, la, Land’ me transporta a unos meses atrás, cuando terminó ‘Rogue One’ (Gareth Edwards) y un imbécil aseveró a voz en grito que le había parecido una tomadura de pelo. «Menuda chorrada de película», chillaba. Yo quería respetar su opinión, pero estaba demasiado entretenido viendo a un niño disfrazado de Darth Vader que corría frente a la pantalla, iluminado por el proyector, mientras blandía su espada láser contra un ejército de rebeldes que brotaba de los títulos de crédito. «¿No lo ves?», pensaba, «eso nunca será una chorrada».

Es como ver ‘La, La, Land’ y creer que es un musical divertido sin más. Menudo error. Supongo que tiene que ver mucho con el espectador, pero a poco que tengas algo de inquietud, de vocación, de ambición por ser el ‘yo que soñabas‘, el film de Damien Chazelle (‘Whiplash’) te interpela. Te aprieta las entrañas. Te araña el alma.

Bastan cinco gloriosos minutos para presenciar el talento cinematográfico de Chazelle: una cámara invisible transforma un atasco en una mágica excusa para describir a Hollywood. ¿Había una manera más hermosa de abofetearnos en la cara sin que nos diéramos cuenta? Un atasco kilométrico dulcificado con la falsedad de una ciudad; una realidad angustiosa cubierta por una deliciosa niebla de marketing de la que muy pocos podrán vivir. Un mensaje envenenado que, sin embargo, consigue que vibres de emoción.

‘La, La, Land’ persigue a Sebastian (Ryan Gosling) y Mia (Emma Stone), dos artistas que chocarán de frente con la realidad, incluso cuando alcancen sus objetivos. Una búsqueda compleja y contradictoria, que invita a apostar por el ‘yo que soñabas’ mientras nos recuerda, con un puñetazo en el estómago, que el mundo no entiende de soñadores: hay que pagar el alquiler, la comida, la gasolina, la luz, el agua, el Netflix, la ropa y el aire.

La reflexión para el trabajo -sea cual sea- es inevitable: ¿Eres lo que querías ser o te conformas con haberte acercado? Para releer:

(A Sebastian) «Dices que admiras a los grandes del Jazz y por eso haces lo mismo que hicieron ellos. Actúas para un público de 90 años. Aquellos a los que admiras, lo que hicieron fue romper con lo establecido, arriesgar, cambiar las reglas… Si sigues haciendo lo mismo, así es como morirá el Jazz».

Era difícil describir el poder del Arte (del cine; de las historias; de todos los artes), pero Chazelle lo consigue en la traca final de ‘La, La, Land’. Si la vida no te deja vivir como soñabas, para eso está el Arte: para soñar en vida y en vidas. Historias en las que podrás ser aquello que no fuiste la primera vez; ser aquello que reescribes cada vez que vuelves. Un amante mejor, un amigo mejor, un hijo mejor, un padre mejor.

Volver.

Un viaje de vuelta.

Una vuelta más.

Siempre una vuelta más.

Una vuelta, como si el tiempo no fuera una línea recta ajena al antes y el después. Una vuelta como si el tiempo pudiera entenderse sin normas ni fronteras. Como si el tiempo fuera y será al mismo tiempo. Un círculo empático en el que todo empieza y acaba a la vez, siempre, volviendo a volver.

‘La, La, Land’ comparte un extraño lugar con una joya magnífica e inolvidable: ‘La llegada’ (Denis Villeneuve). La doctora Louise Banks (Amy Adams) es la elegida para entender a los alienígenas que acaban de llegar a La Tierra. Y por primera vez en la historia de las invasiones, el arma definitiva para vencer la batalla es el lenguaje. La palabra. El motor de las historias.

El lenguaje permitirá a la doctora Banks ponerse en la piel del otro y, así, interpretar para el mundo entero un papel destinado a cambiar la vida tal y como la conocemos. Todo se vuelve cíclico, todo será antes y después, y todo tendrá sentido gracias a la palabra, al lenguaje, a las historias. Al Arte.

La doctora Banks y Mia sueñan igual.

Los créditos se agotan y hay que abandonar la sala hasta que vuelvan a empezar otra vez. Y tengo una necesidad terrible de sentarme delante del teclado a escribir. Escribir, que es lo que me pedía que hiciera Joaquín Casado en sus correos electrónicos. Si el tiempo es una circunferencia, estoy deseando volver a pasar por ese momento en el que no nos tomamos un café para charlar de Londres. Maldita sea.

Ella y yo nos cogemos de la mano como dos colegiales y salimos del cine felices. Nos sabemos afortunados porque, en el fondo, por mucho que no consigamos ser ese ‘yo soñado’, ya hemos empezado la mejor historia que podríamos contar nunca. Esa historia en la que todo será siempre perfecto, aunque no lo sea. «¿Cómo estará el niño?», preguntamos sin abrir la boca mientras le imaginamos, sonriente, lanzando su pelota de retales amarillos y rojos por el colchón de la cama. «Sí -coincidimos-, estará dormido».

Yo también brindo por los que sueñan.