Pelis como Mad Max

El otro día, hablando con los amigos, descubrimos un factor común en muchas de las películas que más amamos de los 80: el terror. Nada de sangre, sustos baratos y música chirriante –que también–. Nos referíamos a eso, al terror, ¡a que nos daban miedo! Nombramos varias cintas, por ejemplo, ‘Cristal Oscuro’, ‘E.T.’, ‘Legend’… y, por supuesto, ‘Mad Max’.

El regreso de la saga de George Miller al cine es una magnífica noticia. Yo, supongo que como gran parte de mi generación, tenía ganas de ver la película. Pero es que después de leer las críticas que está dejando en Estados Unidos, lo que tengo es ansia viva. «La mejor película de acción de la última década»; «9 sobre 10 en Metacritic»; «La mejor película ochentera que no se rodó en los ochenta»; «Charlize Theron es la estrella»… Vaya, que me he esmerado en buscar alguna crítica negativa y nada, que no la he encontrado.

Esta semana me he visto las tres primeras (muy recomendable hacerlo antes de ir al cine, por cierto) y, efectivamente, daban miedo. Y no solo eso: el guión cuenta con una serie de elipsis magníficas para que el espectador trabaje e imagine lo sucedido. Son historias (sobre todo las dos primeras) que abren un universo de posibilidades sin explicar, al milímetro, lo que ha pasado, lo que va a pasar y lo que está pasando.

Sin haberla visto, hay cuatro cosas que han hecho bien con ‘Mad Max: Fury Road’. La primera: el director y el guionista es el mismo de toda la saga, George Miller. La segunda: Miller ha recibido libertad creativa absoluta para hacer lo que le diera la gana. La tercera: Tom Hardy, porque no hay nada que haga Tom Hardy que sea ‘malo’. Y cuatro: no es un ‘reboot’ ni un ‘remake’ pensado para una generación moderna que necesita que se lo den todo mascadito.

 

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Mueren los 80

Antes, cuando las películas se ordenaban en estanterías y no en carpetas, el videoclub -niños, esto era un lugar en el que, pagando, podías llevarte una cinta a casa… ¿Que qué es una cinta? Preguntadle a vuestros padres. Dios, me hago viejo- era el Santa Santorum de la calle. La sala del tesoro que ponía color a las mañanas de los sábados. El escrupuloso proceso de buscar una caja sin la etiqueta de ‘alquilada’, presentar el carnet de socio y marchar bajo la exigente advertencia de que si no la devuelves a tiempo, habrá multa, encarnaba un misterio que hoy es impensable.

Ahora, las estrellas que pululan por los tuentis de los niños y adolescentes son globalmente conocidas. En los 80 y principios de los 90 era una relación más íntima. Al menos en España. Los actores jóvenes de moda en Estados Unidos, aquí, se reverenciaban de una manera más lejana. Ningún programa de televisión o página web nos mantenía al tanto de sus movimientos, de manera que su carisma quedaba relegado a dos horas en el salón de casa.

Corey Haim salía en una de esas películas que siempre llamaban la atención en el videoclub: ‘Jóvenes Ocultos’. No, no es que considere a esa película un clásico de mi infancia. Ni tampoco a él, a Corey, como uno de los grandes iconos de los 80. De mis favoritos. Lo que no puedo evitar es pensar que los protagonistas de mis sábados se han hecho adultos. Viejos. Y que, incluso, pueden morir.

Ayer, cuando supe que Corey Haim había muerto por una sobredosis -sin medias tintas: putas drogas-, se me pasó una terrible idea por la cabeza. Reflexioné un buen rato y los pelos se me pusieron como escarpias. Algo parecido a lo que sentimos la noche que Michael Jackson murió. Se imaginan, no lo quiera nadie, que un día amanece y, demonios, ¿ha muerto Michael J. Fox?

Piensa, McFly, piensa.