Harold Ramis, el fantasma del VHS

El talento es un misterio tan indescifrable como la mismísima muerte. Fíjense, qué poco sabremos de la vida, si nuestra mejor –y más valiosa– explicación a las cosas que no entendemos nace de la imaginación, de la creatividad. De las historias que contamos. Harold Ramis se muere y un terrible pellizco estruja las entrañas del cine. Cualquiera que se sintiera niño viendo ‘Los cazafantasmas’ pudo sufrir al leer su inesperada pérdida. Pero todos, sin excepción, terminamos dibujando una extraña sonrisa en la cara. Maldita sea, es imposible pensar en Harold, recordar su trabajo, y no sonreír. El talento: no se me ocurre una mejor definición.

Como si se tratara de una cinta VHS sin rebobinar, la ‘vida’ de Ramis empieza con el genial Doctor Egon Spengler, el cerebro de ‘Los cazafantasmas’. A poco que avanzas o retrocedes en la cinta, el resto de títulos te asaltan con asombro: ‘Una terapia peligrosa’, ‘Al diablo con el diablo’, ‘El club de los chalados’, ‘Los incorregibles albóndigas’, ‘The Office’, ‘Atrapado en el tiempo’… Dios, ‘Atrapado en el tiempo’, ¿existe otra película como esa?, ¿un film que todos los años se recuerda como parte de una costumbre mundial?, ¿quién escucha «I got You Babe» y no piensa en el despertador de Bill Murray?

Comparo la vida de Harold Ramis con una cinta de VHS porque él tiene mucha culpa del humor y del carisma de esa generación. La machacada y recurrente generación de los 80 que hoy protagoniza cualquier recuerdo feliz. Ramis diseñó, forjó y transmitió a cientos de cineastas una forma de entender la gran pantalla, de conectar con el público.

Me agrada el cariño que se desprende de las declaraciones de todos los que compartieron un rodaje con él. Y de todos los que soñaron con hacerlo. Es alucinante la cantidad de veces que se repiten las palabras «maestro» e «inspiración». Harold, un tipo de sonrisa traviesa y barriga cervecera que simplemente amó su trabajo. Sin excentricidades, sin ambiciones inexplicables, sin buscar la portada ni la fama barata. Era un artista, joder. Un amante de su trabajo. Y por eso, por su talento, por poco que lo podamos entender, flotará siempre en la memoria de este planeta. Como un fantasma que despierta una y otra vez en el mismo día, para explicarnos las cosas que no entendemos de este mundo. Y para hacernos reír.

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Robocop (no apta para mayores de 30 años)

En 1987, un hombre con cuerpo de máquina era una revolución imposible. Casi treinta años más tarde, lo imposible es pensar en un hombre que no dependa de una máquina para funcionar diariamente. La saga de ‘Robocop’ es un clásico de las películas de acción de los ochenta: el color de la imagen, el humor de gallitos, la violencia brutal. En este lapso de tiempo, Hollywood ha aprendido a suavizar el disparo en la cabeza y la sangre fácil en un claro impulso por abrir las salas a los niños que guardaban sus pesetas por culpa del terrible ‘para mayores de 18 años’.

Pero nosotros, los espectadores, también hemos aprendido a saborear más las cintas originales, lo que genera una difícil empatía con la corriente vírica de los remakes: ‘Desafío Total’, ‘Conan’, ‘Karate Kid’ y ‘Furia de Titanes’, entre otras, solo insultan al recuerdo de toda una generación. Luego la pregunta es mucho más importante de lo que parece: ¿desmerece el ‘Robocop’ de 2014 al de 1987? Sí. Lo que no quita que sea una cinta mucho más digna de lo que aparenta.

La discusión sobre el ‘Robocop’ de José Padilha (‘Tropa de Elite’), en cualquier caso, se cierra rápidamente: es muy entretenida. Así que toda reflexión sobre la débil imaginación de Hollywood queda en un segundo plano. Sí, es divertida y ofrece dos horas muy palomiteras. Lo curioso del asunto es que Joel Kinnaman (‘The Killing’), que interpreta al agente Murphy (aka Robocop), es –casi– un secundario de Gary Oldman, el Doctor Dennet Norton y padre de la criatura. Oldman es el motor de la película y el encargado de marcar los tiempos en un guión que goza de un prólogo sensacional (el papel de Samuel L. Jackson funciona muy bien) y un desarrollo poco convencional.

No hay duda de que ‘Robocop’ bebe de la misma fuente que el mundo del videojuego, aunque, irónicamente, sólo haya tres grandes escenas de acción, una por acto.

Tengo la sensación de que Padilha podría haber hecho una película mucho más imponente si no hubiera dependido de la soga del ‘remake’. Se agradece el esfuerzo por dignificar el film que, insisto, no aburre. El problema es que, por más máquinas que empleen, por más efectos especiales, por más que se empeñen en volver una y otra vez a lo mismo, un ‘remake’ nunca suplantará al original. Resulta lamentable que vivamos rodeados de tanta tecnología y que no nos demos cuenta de una vez: los ochenta molan porque siguen pareciendo algo nuevo.

Robocop, no apta para mayores de 30 años.

Joel Kinnaman