Ex Machina

El Test de Turing determina la humanidad de una máquina. Y, tal vez, todo lo contrario. ‘Ex Machina’ es una prueba. Un test. Noventa minutos de poderosa imaginería visual que inundan la mente de ideas, de dudas, de visiones de un futuro muy actual. Un problema de alquimia entre ciencia y alma. Y, por supuesto, una de las mejores películas del año.

El primer film de Alex Garland como director (es guionista de ‘Dredd’ y ‘28 días después’) ha pasado completamente desapercibido. Pocos –muy pocos– disfrutaron de ella en las salas de proyección y, ahora, varios meses después, prepara su salida al mercado doméstico con una campaña promocional que, pese a lenta, no falla: el boca a boca.

Todo en ‘Ex Machina’ sucede en una casa con aires de Frank Lloyd Wright, ubicada en una isla perfecta para los pasajeros de ‘Perdidos’. Allí vive Nathan (Oscar Isaac, ‘A propósito de Llewyn Davis’), un genio informático dueño de la empresa tecnológica más grande de la historia de la humanidad. Caleb (Domhnall Gleeson, ‘Una cuestión de tiempo’), uno de sus trabajadores, recibe una invitación para visitar la casa y participar en un ambicioso proyecto de inteligencia artificial: AVA (Alicia Vikander, ‘El quinto poder’).

¿Pueden las máquinas pensar? ¿Sentir? ¿Enamorarse? ¿Sabrías distinguir una máquina muy real de un humano? ¿Son las máquinas el siguiente paso evolutivo de la humanidad?

La elegancia de Garland como director es formidable. La película tiene una fuerza visual que subraya, aún más, la arrebatadora sencillez del formato. El guion, sustentado en una suerte de triángulo amoroso-virtual entre Isaac, Gleeson (ambos protagonistas de ‘El Despertar de la Fuerza’) y Vikander, es una delicia que se lee como una novela de Asimov.

Cuando termine 2015 habrá cientos de listas con lo mejor del año. ‘Ex Machina’ estará.

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Dredd

Es sucia, oscura y visceral, como uno de esos cómics de trazos rasgados y colores expresivos. Una sucesión de viñetas marcadas por un ritmo alterno de contención y explosión que focaliza todos sus esfuerzos –la música, la fotografía, los personajes, la tecnología– en un mismo objetivo, en un interés compartido: contar una historia. Una historia pequeña, sin grandilocuencias ni revoltijos literarios. Un guion concreto, cerrado y sincero. Transparente en sus ambiciones y consciente de sus limitaciones. Un minimalismo bien entendido. Hasta la acción, rodeada de un halo de misticismo, podría calificarse de elegante, pese a su utilización constante de la brutalidad como eje narrativo.

Esperaba una payasada moderna, inconsistente y vacía. Por eso, por todo el párrafo anterior, es perfectamente correcto y justo afirmar que ‘Dredd’ es una fantástica sorpresa. Y una película más que notable.

Dredd (Karl Urban) es uno de los jueces de Megacity, urbe súper poblada y podrida por la droga y la delincuencia; él es uno de los pocos que intenta poner orden –a balazos– entre tanto caos. Su superior le encarga que pase un día con la ‘peculiar’ recluta Anderson (Olivia Thirlby) y ambos se verán, sin querer, encerrados en una escabechina que nadie podía esperar.

‘Dredd’, lamentablemente, no es una película para el gran público. No es limpia y colorista, nada que ver con ‘Los Vengadores’ o ‘Spiderman’. Ni siquiera con el ‘Batman’ de Nolan, aunque comparta con él un tinte de pretendida seriedad. ‘Dredd’ es un relato futurista, una película de acción y un thriller negro y criminal. Tres aspectos en los que sale bastante airoso.Cuanto más pienso en el film, en su aparente sencillez, más me gusta.

Un último apunte que entenderán los amantes de los videojuegos: si ‘Batman Arkham Asylum’ fuera una película, sería ésta. De hecho, tiene una estética y una ambientación que ni el mejor shooter.

Juez Dredd (1995)

“¿La ley? ¡Yo soy la ley!” No sé si tienen respuestas automáticas cuando oyen alguna palabra o expresión. A mí me sucede con ciertas líneas peliculeras de bajo calado cultural. Por ejemplo, cuando alguien utiliza la expresión “localizando”, añado, casi sin querer, “localizando a papá”, que era lo que decía el ordenador chachi piruli de ‘Niño Rico’. Si alguien pronuncia ‘Rocky’, refiriéndose, claro está, a la cinta de Stallone, yo canturreo “Rocky quiere a Emily”, melodía insidiosa que utilizaban los protagonistas de ‘3 pequeños ninjas’. Pues eso me pasa también con ‘Juez Dredd’, la película de 1995 de Danny Cannon, director que prácticamente abandonó el cine después de esta perita en dulce del cine de acción.

Es una de esas frases que preceden a la acción, justo después había una explosión o un puñetazo, no recuerdo claramente. El Juez Dredd insistía al malo de turno que él era la representación celestial de la ley y el otro, perverso y chalado, respondía eso: “¿La ley? ¡Yo soy la ley!”

Este fin de semana se estrena ‘Dredd’, dirigida por Pete Travis, cuyo último trabajo fue la nefasta ‘En el punto de mira’. La película tiene un presupuesto muy bajo para tratarse de una versión de un cómic, que están muy de moda. Los actores protagonistas son reconocibles pero no grandes estrellas (Karl Urban, Éomer de ‘El Señor de los Anillos’, y Lena Headey, Cersei Lannister de ‘Juego de Tronos’). Y, sin embargo, ha cosechado una ristra de críticas fantásticas. ¿Por qué? Me aventuro a dar una respuesta: Alex Garland.

Garland es un buen guionista que ha sabido hacerse un hueco en Hollywood desde que sorprendiera con ’28 días después’. Da la sensación de que, ante la falta de dinero para hacer una súper producción repleta de navecitas (del estilo de la nueva ‘Desafío Total’, por cierto, acribillada allá donde va), apostaron por la historia.

Francamente, ahora tengo curiosidad. Hablaremos.