Drácula: Año Cero

Hace unos años, Arturo Pérez Reverte contaba en una de sus columnas del XL Semanal que cada vez que le preguntaban por un libro para enganchar a los jóvenes a la lectura, siempre decía el mismo título: “Hay una novela, sin embargo, con la que tengo la certeza de ir sobre seguro, pues no conozco a ninguno de sus lectores, jóvenes o adultos, que no hable de ella con entusiasmo (…) Ese libro extraordinario sigue ahí, en librerías y bibliotecas, en buen y sólido papel impreso, esperando que manos afortunadas lo abran y se estremezcan con su invención perfecta, su belleza y su trama sobrecogedora. La novela se llama Drácula y fue escrita por su autor, Bram Stoker, hace ciento diez años”.

Fiel a las enseñanzas del ilustrado, decidí hincar el diente -el colmillo, en este caso- en la aventura de Jonathan Harker, el doctor Van Hellsing y compañía, para descubrir por qué, siglo tras siglo, Drácula renace en todo tipo de formatos. Esa misma pregunta es la que origina el próximo trabajo del director Alex Proyas (la regulera ‘Señales del Futuro’ y la apasionante ‘Dark City’ son suyas), ‘Drácula: Año Cero’. Una película que contará cómo el joven Príncipe de Valaquia (Rumania), ‘Vlad’ -más tarde conocido como ‘El empalador’, el personaje histórico que inspiró a Stoker- termina aceptando el lado oscuro (“más rápido, más fácil, más cómodo”) para convertirse en el vampiro de Transylvania.

De la película, aún en fase de preproducción, sólo sabemos una cosa: Sam Worthington será Vlad. O, lo que es lo mismo, el protagonista de ‘Terminator Salvation’, la inminente ‘Furia de Titanes’ y, como no, la joya de la corona, ‘Avatar’. Si a eso le sumamos que Vlad fue “un gran luchador en contra del expansionismo otomano que amenazaba a su país y al resto de Europa”, “un heroico defensor de los intereses e independencia de su país, un justiciero” (wikipedia dixit), podemos llegar a una conclusión: William Wallace con colmillos, batallas épicas con arenga introductoria y, posiblemente, un ansia de conseguir que la Historia haga eterno a Vlad y sus valientes.

“No era muy alto, pero sí corpulento y musculoso. Su apariencia era fría e inspiraba cierto espanto. Tenía la nariz aguileña, fosas nasales dilatadas, un rostro rojizo y delgado y unas pestañas muy largas que daban sombra a unos grandes ojos grises y bien abiertos; las cejas negras y tupidas le daban aspecto amenazador. Llevaba bigote, y sus pómulos sobresalientes hacían que su rostro pareciera aún más enérgico. Una cerviz de toro le ceñía la cabeza, de la que colgaba sobre unas anchas espaldas una ensortijada melena negra”.