La Galaxia de Alexandre Desplat

¿Se imaginan una película de ‘La Guerra de las Galaxias’ que no empiece con la fanfarria de John Williams? Pues no imaginen mucho, porque ya está confirmada y en proceso de iniciar su rodaje: ‘Rogue One’. El bueno de Williams, que mantendrá su presencia en la nueva trilogía de la saga, no será el compositor de las bandas sonoras de los ‘spin-offs’ (ya saben, episodios que se centrarán en contar otras historias más allá de la principal).

La semana pasada supimos que el primero de esos ‘spin-off’, dirigido por Garteh Edwards (‘Godzilla’) y protagonizado por Felicity Jones (‘La teoría del todo’), se titulará ‘Rogue One’ y se estrenará el 16 de diciembre de 2016. Sin embargo, en esa amalgama de datos casi se pasa por alto el que, a mi gusto, es el más sorprendente: el compositor será Alexandre Desplat. Y eso es una maravillosa noticia.

No tengo nada en contra de John Williams. Todo lo contrario. Pero creo que un aire fresco le sentará muy bien a la saga. Desplat es, hoy por hoy, uno de los mejores compositores del panorama. Hace poco más de un mes ganó el Oscar por la inspiradora música de ‘El Gran Hotel Budapest’, pero es que cuenta en su haber con otras ocho nominaciones y con melodías tan inolvidables como ‘El árbol de la vida’, ‘Harry Potter’, ‘Argo’, ‘The Imitation Game’, ‘Philomena’… Y un larguísimo etcétera.

Me gusta la idea de romper con la norma. Me gusta que Desplat se implique en un proyecto tan arriesgado. Que se juegue el tipo ante millones de fans. Me gusta porque me hace creer que, por mucho que tema la idea, no estamos ante una nueva película de los Ewoks (que fue, no lo olviden, el primer spin-off, mucho antes de la era Abrams).

The Imitation Game (y III): la película

Antes, mucho antes de ser una sugerente forma de analizar nuestro mundo, ‘The Imitation Game‘ es una película impecable. Ya en 2011, Morten Tyldum, su director, me fascinó con ‘Headhunters’ -es un momento perfecto para descubrirla, si no lo han hecho ya-. Este noruego ha pegado con fuerza en las puertas de Hollywood, convirtiendo la épica de Alan Turing en una firme candidata a obtener casi cualquier premio que se proponga.

No sobra recordar que ‘The Imitation Game’ está basada en una historia real que sucedió durante la II Guerra Mundial y que se mantuvo en secreto hasta hace poco más de dos años. Turing, considerado el padre de la informática, es el motor de un film que es mucho más que una biografía. Este genio retraído y antisocial es el núcleo de una narración ambiciosa: la de una sociedad, la nuestra, que guarda milagros y errores en el mismo puño.

Lo magnífico del guión de Andrew Hodges y Graham Moore es que la inmersión es tan fundamental que no importa lo que crean conocer de la vida de Alan Turing, les absorberá igual (si no conocen nada, van a alucinar). Un guión magnífico que baila de una época a otra con fluidez y constancia, compilando las piezas del puzzle que construyen dos actores en estado de gracia: Benedict Cumberbatch y Keira Knightley.

Por supuesto, el trabajo de Tyldum es toda una proeza. Un montaje y una edición inteligentes convierten un gran relato en una película inolvidable (entre mis secuencias favoritas, la creación de ‘Christopher’, la máquina llamada a vencer a los nazis). Y la música… Maldito seas, Alexandre Desplat, eres un puñetero genio.

(L-R) KEIRA KNIGHTLEY and BENEDICT CUMBERBATCH star in THE IMITATION GAME

Moonrise Kingdom (y II)

Mis primos tenían en la estantería de su dormitorio la colección completa de los ‘Jóvenes Castores’. Me fascinaban aquellos libros porque sus lomos, ordenados uno detrás de otro, formaban un único dibujo en el que los sobrinos de Donald extendían una tela para salvar a su tío de una dolorosa caída. ‘Moonrise Kingdom’ es la regresión de Wes Anderson (‘Life Aquatic’, ‘Fantástico Mr. Fox’, ‘Viaje a Darjeeling’) a un verano imposible que nunca sucedió pero que, probablemente, de una manera poética e incomprensible, sea más real que el de las fotografías.

Un verano protagonizado por Sam, el niño que decidió escapar del campamento de los boy scouts y aplicar todas las técnicas de supervivencia que le enseñó el Maestro Scout Ward (Edward Norton), para cruzar la isla, Summers End (“el final del verano”), de punta a punta por la única razón por la que un niño de 12 años cruzaría una isla salvaje de punta a punta: una chica.

‘Moonrise Kingdom’ guarda la misma magia evocadora que un poema: es irreal, onírica y visceral. Pero la sensación final es una composición perfecta, con una lógica antinatural y aplastante, como un recuerdo infantil. El lugar que Anderson describe se pasea por las páginas de ‘Peter Pan’ y ‘El Señor de las Moscas’, elogiando el tiempo en que la imaginación fluía como una canción sobre el tocadiscos. Y, por mucho que pueda parecer caótico, el reino de Anderson está diseñado al milímetro: cada fotograma, cada travelling, cada palabra.

La película es un precioso collage en el que Bill Murray, Bruce Willis, Edward Norton, Frances McDormand, Jason Schwartzman y Harvey Keitel bailan al son de Alexandre Desplat, compositor de una música incrustada en la película, vital y milimétrica, que convierte a los miembros de Summers End en parte de una orquesta ordenada y fantástica, como el lomo de los ‘Jóvenes Castores’.

moonrise-kingdom-boy

Tan fuerte, tan cerca

Todavía no se ha escrito la última palabra del 11-S. Como les vengo diciendo, la desgracia es muy fotogénica y suele prestarse a la épica, a la emoción y al drama, por supuesto. Y no es menos cierto que la imagen de las torres cayendo, la voz de Matías Prats clamando al cielo y los ángeles que intentaron volar, pese a Ícaro, aún estremecen nuestro cuerpo. Esa línea trazada en los libros de historia constituye un principio y un final difícil de obviar para los que no pudimos separarnos de la televisión, un lazo inquebrantable que une a gente con otra gente en una extraordinaria cadena de favores.

Tan fuerte, tan cerca’ es un poderoso homenaje a las vidas que terminaron, empezaron y siguieron tras el once de septiembre de 2001. Stephen Daldry (‘Las horas’, ‘Billy Elliot’) ve en la maravillosa cohesión de un padre y su hijo (Tom Hanks y Thomas Horn) el motor perfecto para hablar de la inmortalidad humana: del amor. Un amor entendido como fuerza universal, presente en propios y ajenos.

Es cierto que la película tiene un serio problema: exceso de metraje. Varios tramos de la cinta se atragantan con facilidad y nos obligan a dudar de la lógica del relato. Sin embargo, hay dos partes que funcionan por sí solas con excelencia. Primero, la relación del niño protagonista con un entrañable y mudo anciano que interpreta con maestría Max Von Sydow. Y, segundo, el bien hilado desenlace que eriza, con facilidad –y alguna trampa-, el vello de todo cuerpo bajo la exquisita melodía de Alexandre Desplat.

Al final, de lo que se trata, es de creer. No importa en qué. Pero creer. Creer en una voz protegida en la memoria, en la magia de un papel y un rotulador, en la incomprensible pero posible confabulación del universo o, qué sé yo, en el amor de un padre y una madre a su hijo. Y viceversa.