Los viajes de Gulliver

Los viajes de Gulliver es una película de libro. Del libro para sacar pasta sin mucho esfuerzo, a saber: una historia trillada hasta el extremo, revisada y ‘remakeada’ para los nuevos tiempos del tridimensionalismo. Efectos especiales curiosotes y numerosos guiños a otras cintas de éxito (Avatar, Lobezno, Titanic, Star Wars). Personajes tipo: el fiel y acomplejado escudero que apoyará al héroe cuando nadie lo hace, la chica de la que está enamorado el protagonista a la que no se atreve a decirle nada por sentirse un mindundi, el honorable defensor del reino que termina siendo el primer traidor… Y, claro, un protagonista que vende marca y cae en gracia al público: Jack Black. ¿Resultado? Éxito de libro.

La verdad es que no tengo nada en contra de este tipo de películas que, por lo menos, son honradas consigo mismas. Quiero decir, nadie entra en la sala esperando una buena comedia o una digna película infantil. Es una de estas cintas a las que le concedemos el poder de eliminar toda nuestra capacidad de raciocinio en pos de echar 90 minutos sin pensar en otra cosa mejor. Y, con los tiempos que corren, distraerse es un vicio que sienta muy bien.

El rollo lo conocen: Gulliver es un don nadie que reparte el correo en un periódico; un día, para impresionar a ‘la’ chica (Amanda Peet), asegura que es un gran aventurero y escritor de viajes. Como consecuencia, le mandan a un viaje por el Triángulo de las Bermudas que terminará en la accidentada isla de Liliput, un reino repleto de seres diminutos donde él conseguirá alzarse como un héroe indestructible.

La buena noticia para los seguidores de ‘Cómo conocí a vuestra madre’ -que somos muchos- es que uno de los actores principales de ‘Los viajes de Gulliver’ es Jason Segel (Marshall), lo que confirma su ascensión a los cielos de Hollywood y, quien sabe, tal vez algún día, no muy lejano, le veamos en una auténtica y memorable comedia yanki. Mientras tanto, el año que viene protagonizará la nueva película de los Teleñecos.