El Rey León, el musical: "Hakuna Matata, pisha"

He tenido la suerte de disfrutar de uno de los espectáculos más imaginativos y coloristas que han pasado por los teatros españoles: ‘El Rey León’. El musical, que sigue llenando sesión tras sesión en la Gran Vía madrileña, es genial, impactante y erizará con facilidad el vello de su piel.

Bien. Dicho lo cual, permitan que haga un par de críticas que me molestan profundamente:

Estoy hasta las mismísimas narices de los estereotipos fáciles y los chistes a costa de los andaluces. A saber: para españolizar el musical de ‘El Rey León’, algún perla decidió que Timón, el ingenioso suricato, un personaje que facilita la comedia y arranca risas en grandes y pequeños, debía tener acento andaluz. Acento andaluz con pishas, miarmas y olés. Tengo que preguntarlo: ¡¿Por qué?!

Entiendo que, puestos a elegir un acento gracioso, el andaluz gana. No hay duda. Pero es que nuestro Timón es un actor madrileño que imita a un andaluz. Lo que implica que hay ‘eses’ muy marcadas con los vocablos típicos de Sevilla, Córdoba o Cádiz. Y digo yo, si para hacer reír hay que pronunciar palabras con silabas cambiadas y ponerse un traje de faralaes, Pumba podría ser un cocinero Vasco, ya que es gordo y come cosas viscosas pero sabrosas. Zazú tendría que ser gallego, ya que habla mucho y no llega a ninguna conclusión. Y las hienas, con acento catalán, por su afán recaudatorio. Amigos vascos, gallegos y catalanes, ¿les hace gracia? Pues a mí tampoco.

¿Qué necesidad hay en España de reinterpretar todo para hacerlo más nuestro? ¿Por qué creemos que estamos mejorando cuando, en realidad, estamos corrompiendo? ¿Por qué los payasos, las limpiadores, los camareros, los pobreticos y los catetos siempre vienen del Sur? Además, lo mínimo era poner un actor andaluz para interpretar a Timón. Aunque, claro, teniendo en cuenta que Mufasa, Simba y Nala son americanos y parecen una suerte de Aznar hablando inglés pero al revés, tampoco es de extrañar.

Quitando este pequeño detalle, no se arrepentirán. El musical de ‘El Rey León’ es precioso. Hakuna Matata, pisha.

Tambores, orgullo y ciclos

El 20 de enero de 2011 vi llorar a una vasca. No le dolía nada y su salud era de hierro y, sin embargo, lloraba. ¡Una vasca! Nos había invitado a cenar a su casa para ver por la tele la primera tamborrada que vivía fuera de San Sebastián. Al empezar el espectáculo saltó emocionada, al son de los redobles, pronunciando unas palabras que soy incapaz de escribir. Y conforme gritaba y cantaba y botaba, unas lágrimas se escaparon de sus ojos. ¿Qué te pasa?, preguntamos. “Es mi tierra y no estoy allí. Es el día grande”.

No es que yo no ame mi ciudad. De hecho, la adoro. Pero no hay un día en el que la ame más que el resto. Quiero decir, que no tengo esa pasión tan desbordante que Lara, esta vasca de la que les hablo, derrocha al hablar de su tierra. Le doy vueltas a esa idea y es algo que me cuestiona. Ya saben, eso que habrán escuchado cien veces: “Andalucía es lo mejor pero de allí no sale nada bueno”. Tal vez no nos vendría mal una cura de orgullo. No sé. Es una idea, ya que estamos de elecciones.

Aquella noche la conversación dio unos derroteros considerables, y terminamos enlazando la tamborrada con ‘El Rey León’. Alguien comparó el cariño de Lara por su tierra con el que hacía que Simba volviera a casa, unos años más tarde. Hoy, sentado en el ordenador de todos los días, recuerdo aquella conversación, los tambores de Donosti y la sidra de la cena, para despedir a Lara, mi compañera y amiga vasca que vuelve a San Sebastián, después de varios años trabajando con nosotros en IDEAL.

Supongo que de todo se aprende y que no hay experiencia que no se guarde en la mochila. Quizás usted conozco un caso parecido y sepa entender que, por mucha pena que me dé, no puedo quitarme de la cabeza la canción: el ciclo de la vida.

Agur.

Cuídate de los idus de marzo

“Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba al Senado, [Julio César] llamó al vidente y riendo le dijo: «Los idus de marzo ya han llegado»; a lo que el vidente contestó compasivamente: «Sí, pero aún no han acabado»” (Plutarco).

La democracia es el cimiento que sostiene a la sociedad. Un muro erosionado, con túneles por donde campan ratas y ratones, roca y arena al mismo tiempo. Pero un muro, al fin y al cabo. El menos malo de los muros. La casualidad (y una distribución pésima, con cinco meses de retraso) ha querido que ‘Los idus de marzo’ se estrene en plena campaña electoral andaluza. Quizás la primera campaña electoral que crea ciertas dudas entre los votantes. La primera en la que, tal vez, el gobierno podría cambiar.

El film de George Clooney se adentra en los tejemanejes políticos de los jefes de comunicación de los candidatos demócratas y en cómo utilizan todo tipo de argucias dialécticas para reafirmar su lealtad a unos ideales intachables. Y, por supuesto, para hundir a los del contrario. Lealtad: una palabra cargada de valores pero denostada por un ejército armado con dinero, corrupción y falsas expectativas.

Es curioso, les decía, porque pese a que ninguno de nuestros candidatos pueda presumir de la presencia de Clooney, los líderes de PP y PSOE protagonizan, a mi juicio, campañas lamentables de acoso y derribo. En vez de decir “voten aquí” dicen “no voten allí”. Un sinsentido que traerá alegrías pasajeras, como la de Julio César al llegar al día 15, los idus de marzo. Pero que, al final, terminará en un asesinato escandaloso: el de la democracia.