Los Rebeldes de Recio

Venga, que son pocos y cobardes. Durante las últimas semanas hemos escuchado demasiadas veces la palabra ‘imposible’. Hemos decidido encumbrar el éxito a una candidatura, nos conformamos complacientes. Y eso no es justo. La columna rebelde liderada por Javier Recio tiene un plan. Ellos son el pequeño X-Wing que, sólo con el poder de ‘La fuerza’ –de creer como si la vida nos fuera en ello- se han colado en un colosal imperio, una Estrella de la Muerte con un punto débil que ellos mismos desconocen.

Los rebeldes de Recio llevan más de una semana en tierras del Imperio galáctico, Los Ángeles, estudiando sus puntos débiles. Coordinando empeño, energía y voluntad en llevar ‘La dama y la muerte’ hasta el extinto planeta de Coruscan. La insignia de Kandor Moon ya suena en la Academia del Cine yanqui. El objetivo es ponerle la tilde cada vez más presente a la palabra que lo engloba todo: Óscar.

Muchos son los que comparan. Los que miran a las otras candidatas y, como el padre que sabe que su hijo no será un médico de prestigio, se compadecen de la ilusión del creyente. ‘Wallace and Gromit’ puede ser la favorita. Esos muñecos de plastilina son como tremendos Robots de guerra que campan a sus anchas por un bosque que sólo hace cosquillas. Sí, son grandes y fuertes. Por eso, cuando alcemos nuestras lanzas como Ewoks del bosque, la victoria será aún más gloriosa.

Esta noche, cuando enfoquen a los candidatos al Mejor Corto de Animación en la Gala de los Oscar y veamos a Javier Recio, director de ‘La dama y la muerte’, concentrarse y pensar en el enorme equipo que lleva a sus espaldas, nosotros no podemos fallar. Somos el espíritu, el Obi-Wan Kenobi que inspirará a Recio a lanzar los torpedos que destruirán la Estrella de la Muerte.

Crean. Crean con todas sus fuerzas. Aunque sólo sea por escuchar la fanfarria final.

Tiana y el Sapo

Hace unos años fisgoneé, en el MOMA de Nueva York, la conversación de dos modernos enfrascados en chalecos amarillos y zapatillas Converse doradas. Uno, el más finolis, le dijo al otro: “¡Qué belleza, qué fuerza!” Estaban postrados y babeantes frente a ‘Las señoritas de Avignon’. Tras unos segundo de éxtasis artístico, el otro subrayó: “Después de ver esto, ¿qué sentido tendría pintar como antes?” Por antes, entendí, se referían a pinceladas clásicas al óleo, tipo Miguel Ángel, Rafael, Tiziano, Botticceli y todos esos aprendices de artistas.

Ayer, precisamente, volví a pecar de cotilla metiéndome en las reflexiones de dos zagales de no más de 15 años, expertos de la vida, que discutían sobre la verdadera fotografía: “Claro que sí Obdulio -guardaremos su anonimato tras un nombre improbable-, es como si hoy quisieras hacer un retrato. ¡Nadie querría que viniera un pintor a su casa cuando puedes componer una imagen excelente con una Canon 350!”

Tiana y el Sapo es ése antes. Y suponer que la existencia de bellezas como ‘Up’ debería hacernos olvidar cualquier tiempo pasado es un error. El arte (cine, pintura, fotografía…) evoluciona y nadie está dispuesto a ponerle frenos. Pero nadie en su sano juicio le negaría a un genio que pintase la capilla sixtina. Ver Tiana y el Sapo es volver a la elástica del lápiz, a los personajes flexibles que adoptan posturas exageradas que despiertan la imaginación.

Si bien es cierto que el gran éxito de ‘Tiana y el Sapo’ está, curiosamente, en su forma. Lo artesanal destaca sobre una historia que es, por mucho que lo escondan, la misma historia de siempre. La misma Cenicienta que encuentra el amor de verdad en un Príncipe Azul que la encantará con un beso para obtener, al fin, el matrimonio perfecto. Sí, es cierto que se convierten en ranas y que el joven monarca está en bancarrota. Pero es lo mismo. La música, sin embargo, adopta un papel protagonista más allá de las canciones Disney: el jazz. Quizás el mejor ritmo desde los tiempos de Baloo y su fenomenal plátano.

Como película falla. Pero ver los dibujos es como reencontrarse con un viejo amigo o un profesor de la infancia. Ciertas tribus africanas dicen que tomar una fotografía roba el alma, mientras que pintar un retrato la ensancha.

Tarzán, Tiana y el Sapo

Tarzán fue la última de su especie. Pese a que después vinieron Atlantis: El imperio perdido -de la que pocos se acuerdan- y Lilo & Stich, la aventura del hombre mono supuso el final de una gran etapa para Disney: no más versiones de cuentos clásicos. Desde que se estrenara en el cine hasta hoy, que la podemos ver por primera vez en televisión abierta, han pasado diez años.

La magia de Tarzán no estaba en su historia o en sus personajes, bastante comedidos. El inmenso poder de la película rendía en una animación preciosista, con las técnicas más innovadoras hasta la fecha que consiguieron, a mano, dibujar un mundo vivo que se trazaba a velocidad de vértigo sobre las infinitas lianas que bailaban por la selva. Sin embargo, el mismo esfuerzo que consiguió un magnífico y artesanal acabado final fue el que sentenció a muerte el camino que abrieron Blancanieves, Cenicienta, Bambi y tantos otros reyes infantiles. Lo que tardaba una máquina en hacer un día, un hombre habilidoso empleaba una semana. Y el tiempo será siempre oro.

Pasan los años. Las mismas máquinas que relegaron al olvido la animación tradicional crean, para qué negarlo, productos maravillosos: Toy Story, Monstruos S.A., Los Increíbles, Wall-E, Up… Pero, curiosamente, es justo ahora, con las palabras crisis y esfuerzo subrayándolo todo, cuando Disney decide volver al inicio. A lo artesano. Tiana y el Sapo vuelve a poner un cuento clásico en la palestra, vuelve a las canciones que sustituyen a diálogos y a la consabida metáfora de la belleza interior.

Tiana y el Sapo será la primera película Disney protagonizada por una chica afroamericana. Algo que suena a marketing coyuntural, teniendo en cuenta el contraste de tonos que pone la familia presidencial… No, hombre, no. No me refiero a la Moncloa y a las hijas de Zapatero, hablaba de los Obama en la Casa Blanca. En fin, disfruten esta noche de Tarzán y de Phil Collins cantando en español.

Planet 51

Planet 51 es una delicia. Visualmente hablando, claro. Después de casi un siglo de animación en el cine haciéndonos creer que nunca, nunca, una película española podría competir con una producción estadounidense, ha quedado demostrado que nos tenían el cerebro absorbido. Planet 51 y El Lince Perdido son dos ejemplos de la excelencia y el buen hacer patrios. Sin embargo, la ironía con los alienígenas dibujados en España es considerable.

Sigamos el silogismo, no falto de ironía: Hasta ‘ayer’, si un animador quería triunfar en el cine tenía que aprender inglés y hacer el petate rumbo al Far West. Porque, hasta ‘ayer’, lo único con lo que podíamos competir era con buenas ideas. Hoy, sin embargo, demostramos que no hay diferencias artísticas entre Planet 51 y ‘Monstruos vs. Alienígenas’. ¿Qué hacemos entonces cuando hemos conseguido ideas y técnica? Nos gastamos el dinero en una película animada en España pero con un guión escrito por un yanki. Ains.

Gracias a películones como Wall-E y Up, la animación no es sólo cosa de niños. Y es un error querer verlo así. Planet 51 no funciona en ningún caso. La historia, pese a la originalidad del arranque y unos buenos primeros minutos, es una sucesión de tópicos sin chispa. Con el agravante de que el guión está escrito con la norma del “si funcionó antes, funcionará ahora”. Así, tenemos una versión idéntica del robot de Wall-E, guiños constantes a Aliens, Star Wars, E.T., y momentos muy ‘made in Usa’ del tipo “aunque parezca un tipo exitoso por ser el primer astronauta que encuentra un planeta con vida inteligente, en realidad tú, adolescente de pueblo, eres mucho más importante porque estás enamorado de tu vecina desde el primer día que la viste”.

Planet 51 es brillante en su ejecución. Magistralmente animada y tremendamente agradable a la vista. Pero el guión, el corazón que al final bombea el éxito, es un fracaso. Guión, por cierto, del mismo que creó Shrek… Quién lo diría. Razón que explica las continuas americanadas -bandera americana ondeando al viento- y que el único guiño español sea ‘La Macarena’, que, como dice uno de los personajes, “es el arma más mortífera que he visto nunca”.