Otras treinta monedas de oro

Dos mil años más tarde, ¿quién no traicionaría sus principios por treinta monedas de oro? Recuerdo ahora el rostro descompuesto de Michael Keaton mirando fijamente a la cámara en los últimos instantes de ‘Birdman’. Su mirada es la mirada de un hombre muy humano: uno como tantos, frustrado por haber aceptado el soborno de una vida mejor, ansioso por devolver las monedas haciendo «algo bueno».

La mañana en que el profesor de Música nos puso ‘Jesucristo Superstar’ (antes de las vacaciones de Semana Santa), nos preguntó quién creíamos que era el protagonista de la película. Todos, alumnos modélicos de un colegio religioso, respondimos que Jesús era el ‘Superstar’. «Pues no», dijo, «el protagonista es Judas». ¿Judas no es el malo?, preguntamos. «Judas es el malo. Y el bueno. Y el protagonista».

Es como cuando el protagonista de ‘Whiplash’ acepta pervertir todo su alrededor con tal de ser el mejor batería del mundo. Acepta el desprecio a su familia, la marcha de su novia, la soledad del éxito… todo por escalar en las lecciones de su maestro. O como cuando la bella Felicity Jones enfrenta la genialidad de su marido, Stephen Hawking, al gozo de una familia ‘normal’ en ‘La Teoría del Todo’. Incluso el ‘Francotirador’ de Eastwood vende su alma en los primeros minutos de la cinta, con un certero disparo a un niño que se sabía de los buenos.

Judas aceptó treinta monedas de oro un miércoles que todavía no era ni santo ni día del espectador. Curioso que sea él, el más humano del relato, el que protagoniza la traición. De vez en cuando pienso en las muchas veces que habré aceptado esas treinta monedas. Y en las pocas que habré deseado rehacerme con «algo bueno», como Birdman.

Bah, quizás sea mejor vivir como Groucho y ganarse otras treinta monedas. Total, es lo que la tele nos enseña:«Estos son mis principios, si no te gustan tengo otros».

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El espejismo del Oscar

En las últimas semanas he presenciado varias conversaciones que terminaban con la misma idea: este año no hay grandes candidatas al Oscar. Es curioso que en el curso en el que más españoles se han animado a ir al cine, sea tan fácil escuchar eso de «no se merece tantos premios». Si hacemos un estudio pormenorizado de las ‘mejores’ películas del año (o, al menos, las más nominadas), es cierto que no hay ni un solo título que unifique la grandeza en todos sus aspectos.

Ayer, por ejemplo, hablando de las candidatas, percibí que la que más gustaba era ‘The Imitation Game’. Excelente película pero que no es, ni de cerca, la favorita. Sí lo son ‘Birdman’ y ‘Boyhood’, ejercicios muy originales que distan de ser ‘ese’ film que unifica a público y crítica. Tampoco lo son ‘Whiplash’ o ‘La teoría del todo’, ambas preciosas. Hay, sin duda, un importante vacío de pasión.

¿Cómo lo ven ustedes? ¿Creen que hay alguna nominada que encandile a todos por igual, que despierte pasiones cinéfilas, que haya generado una expectación perdurable en el tiempo? Aún me quedan unos días para cerrar mi particular porra para los Oscar pero, si fuera por mí, que gane ‘El Gran Hotel Budapest’. Su derroche de imaginación sigue siendo de lo que más me ha divertido este año.

Al otro lado, más allá de los premios, lo cierto es que de 2014 creo que la película que más me ha llegado es ‘Interstellar’. De hecho, si tuviera que anotar en una lista las cintas que dentro de unos años seguirán generando interés, la de Nolan estaría la primera. Es lo que tiene la ciencia-ficción, mejora con el tiempo.

Les devuelvo la pelota, ¿cuál es la película que no olvidarán de 2014?

Querían rescatar al genio

(Artículo publicado en las páginas de documentación de IDEAL, en 2035)

A finales de 2014, Hollywood estrenó una serie de películas que calaron entre público y crítica. Cuatro alabadas cintas que, en realidad, partían de un proyecto secreto –un proyecto más grande y ambicioso– para vencer a los últimos estertores de la crisis que azotaba el mundo entero. Conscientes de que no podían crear dinero de la nada (y lo que creaban, pretendían quedárselo), un selecto grupo de cineastas redactó una orquestada campaña de mensajes subliminales para inspirar a la sociedad. El mensaje principal, pese a sus múltiples lecturas, era sencillo: «triunfa y triunfaremos».

Hollywood, consciente de que la gente había abandonado la persecución de sus sueños (un concepto muy americano), ordenó la redacción de dos guiones: ‘The imitation game’ y ‘La teoría del todo’. Ambos contaban la historia de cómo un genio científico resistió fuerzas ajenas a él para alcanzar la excelencia universal. «Si ellos pudieron, vosotros también podéis», «tenéis que creer en vosotros», «que nadie os frene», eran algunas de las notas, escritas a mano, que decoraban los márgenes de los folios.

Antes de estrenar las películas, los ideólogos de la campaña realizaron pases privados para ver las reacciones del público. Efectivamente, la filosofía caló y los espectadores desarrollaron una ambición profesional desmesurada. Era tan grande su necesidad de dejar su huella en el mundo, de trascender, que empezaron a dejar de lado a sus familiares y seres queridos. Fue entonces cuando Hollywood se dio cuenta: la vocación no debe destruir la vida. Dos nuevos guiones nacieron: ‘Birdman’ y ‘Whiplash’, relatos sobre cómo el talento y el reconocimiento no tienen por qué ir de la mano.

Esos cuatro guiones se fusionaron en una única película. Una hermosa historia que animaba, desde la cercanía y la humildad, a perseguir tus sueños. Sin embargo, al llegar la película a los productores (se baraja la conocida teoría Peter Jackson), optaron por realizar cuatro películas distintas. «Sacaremos más dinero», dijeron. Y así fue.

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Birdman, segunda secuencia

Es como en esos sueños en los que caminas desnudo por la calle, desesperado por encontrar unos pantalones que tapen tus vergüenzas. ‘Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)’ termina y, de alguna manera, Alejandro González Iñárritu (‘Babel’, ‘Biutiful’) filtra una terrible idea que flotará en su cabeza durante horas: eres Birdman. Y así comienza la segunda secuencia.

La película de Iñárritu es un diálogo constante que asalta al espectador como una caótica melodía de Jazz. Un interrogatorio incesante que enfrenta a Riggan (Michael Keaton) a dos públicos que coexisten al mismo tiempo: los que aplauden en su teatro y los que habitamos en la sala de proyección.

Iñárritu y su director de fotografía, Emmanuel Lubezki –su trabajo es fundamental–, construyen una ilusión que no es fruto de la casualidad. ‘Birdman’ es una única e inagotable secuencia que persigue a los actores por los claroscuros del Broadway neoyorkino, creando así la sensación de teatro, de que todo está sucediendo delante de nuestras narices. Igual que el mago que con una mano señala a la luna y, con la otra, lanza el misterio, los actores entran y salen de cámara como si entraran y salieran al escenario. Están ahí, esperando la señal, actuando desde el principio hasta el final, sin cortes.

Así que si el objetivo era recrear el teatro de la vida, era imprescindible ejercitar el bello arte de la interpretación. Lo de Michael Keaton es formidable. El actor juega con el espejo y mira a ese tipo que se hizo rico y famoso por vestir la máscara de un héroe nocturno y que ahora desea honrar la profesión que ama, aunque no sea capaz de amarse a sí mismo. Pero sería injusto considerar que Birdman es solo Keaton. De hecho, aunque no lo veamos, todos visten la máscara del pájaro en algún momento: Zack Galifianiakis, Emma Stone, Edward Norton y Naomi Watts. Soberbios.

‘Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)’ habla sobre el reconocimiento, la vocación, el fracaso, el teatro mundo de Bertolt Brecht y el significado más profundo de la vida. Sí, no es una película sencilla, fácil para todos los públicos. Pero merece la pena intentarlo.

 

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Birdman, primera secuencia

Michael Keaton.

Y Alejandro González Iñárritu.

Y Riggan.

Y Birdman.

Todos ellos a la vez.

Flotan en el centro de la pantalla.

Primera secuencia, empieza el baile:

Los espejos que se reparten por todo el teatro son los únicos que no mienten, que no se mienten, que muestran lo que hay de manera certera y física, sin máscaras ni simbolismos ni creencias, los espejos no entienden de móviles ni de la mundana preocupación del hombre por recibir un retuiteo o un me gusta tras publicar una foto en la que la felicidad es incuestionable, aunque sea inexistente, porque todos somos presa del reconocimiento, de querer el reconocimiento, de sentirnos aceptados y triunfantes cuando nos subimos al escenario que hemos escogido para dejar una huella trascendente en los libros de historia, el escenario al que cada día subimos para ser ovacionados, cacareados, elevados a la más alta cúspide de la tendencia global, el escenario en el que nada es imposible y en el que la pregunta por el amor, ¿qué es el amor?, adquiere una relevancia absoluta, como cuando estás desayunando y una voz al otro lado de la pared susurra tu nombre para decirte que te quiere y entonces aprendes que no habrá nunca una ovación más grande, más profunda, que su beso o su abrazo o su sincera exigencia de nada, algo que hace que tu corazón palpite rápido, constante, como el jazz que tu, tum, tu, tum, tu, tumba el inmenso ego que exige que vuelvas al escenario a contarle al mundo que naciste con un talento sobrehumano, un talento mayor que el de los demás, un talento que merece la atención y el cariño de los despistados, un talento que te aterroriza que no sea apreciado, que sea criticado, que se ponga en duda tu sincera intención de trascender porque, ah, la sinceridad es importante (incluso el que critica desearía escribir su propia película), la sinceridad es la que te llevará a discernir qué es dinero y qué es éxito, qué es fama y qué es vocación, qué eres tú y qué es lo que muestra tu máscara, porque los espejos no mienten y querrás estar preparado para cuando el tipo que escribe te pregunte, en el último acto, qué es lo que esperabas de la vida y tú, entonces, puedas responder “saberme amado, sentirme amado en la tierra”, en la tierra, en la vida, en esa ilusión que es tiempo, que es teatro, que una secuencia que no se corta, que mantiene el tecleo al ri, rit-rit, ri, ri-ritmo del jazz, como este párrafo.

Yo también soy Birdman.

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