El Francotirador (y II): los tres debates

Pasados diez minutos, ‘El Francotirador’ (ya saben, mucho más acertado el título original, ‘American Sniper’) inicia una narración bélica que pasa de ‘La chaqueta metálica’ (Stanley Kubrick, 1987) a ‘La noche más oscura’ (Kathryn Bigelow, 2012). Clint Eastwood profundiza en un personaje real que caló en la sociedad americana hace poco más de dos años: Chris Kyle. Este soldado, comprometido a sangre con su país, se ganará la admiración del ejército estadounidense por ser el francotirador que más muertes sumó en el campo de batalla. Su apodo, ‘La Leyenda’.

‘El Francotirador’ provoca, inevitablemente, el debate. ¿Es lícito convertir al soldado con más muertes en un héroe, en un emblema del cowboy moderno americano? ¿O es, por contra, un relato crítico con la sociedad y un recordatorio de las verdaderas raíces de los Estados Unidos? Más allá de la polémica, la cinta de Eastwood me resultó entretenida: acción rodada con pulso y una interpretación, la de Bradley Cooper, absolutamente memorable. El actor lleva tres años seguidos llamando a las puertas del Oscar y, de seguir así, no tardará mucho en acceder al parnaso.

El ambicioso proyecto del director de ‘Gran Torino’ juega con dos elementos, con dos ambientes, que eran difíciles de combinar: la grandilocuencia de la guerra americana y el intimismo del fracaso americano –ahí lo tiene, otra vez, lo americano–. Eastwood tiene un talento innato para convertir lo general en particular, y viceversa. Un talento ideológico y formal que lleva al extremo.

Si no conocen la vida de Chris Kyle, no la lean. Vayan al cine. Y luego infórmense del asunto. Porque ahí tienen otro debate más que interesante: ¿Manipulamos la Historia para favorecer al espectáculo? ¿No deberíamos dejar reposar la memoria, dejar pasar los años?

Ah, bueno, y quizás la mejor charla de todas para cuando termine el film: ¿Era necesario ‘ese’ bebé? (cuando lo vean, ya sabrán a lo que me refiero).

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El francotirador (I): la religión

Tras meses evitando leer artículos que explicaban por qué ‘El francotirador’ es, en realidad, un panfleto militar a la vieja usanza, me encuentro con una película en la que, creo, Clint Eastwood consigue justo lo contrario. Los diez minutos del prólogo, brutales, sirven para justificar el título del film. Que no es ‘El francotirador’. Es ‘American Sniper’, el francotirador americano. La palabra faltante, americano, es fundamental para entender el relato del soldado Chris Kyle (Bradley Cooper).

Americano: amante de las armas, cazador innato, creyente en Dios y protector del mundo de la tiranía y la opresión del mal. Sí, americano, esa es la más fuerte de las religiones del país más poderoso del planeta: el ser americano. Un buen americano lucha por su país y defiende su religión hasta la última gota de sangre. Sí, americanos, cowboys modernos que se refieren a Faluya como el nuevo Oeste. Americanos, esos que dejan que Dios dispare por ellos el fusil y dibujan a los enemigos como villanos de cómic.

Diez minutos. Desmenucen los diez primeros minutos de ‘El francotirador’. Analicen lo que le pasa a Chris Kyle en tan poco tiempo y las razones que le llevan a desenfundar la pistola. Sí, Chris Kyle es América, el francotirador es la cruda imagen de una religión cegada de sí misma. Un tipo que quiere hacer el bien pero que, en realidad, no sabe nada. Está cegado por lo que han dicho que debe hacer un americano. Una víctima. Un feligrés.

Por otro lado, yo no soy americano y no comulgo con su religión. No siento las barras y las estrellas y, tal vez por eso, vea una fuerte crítica y un profundo lamento en ‘American Sniper’. Quizás por eso, porque ningún americano practicante ve lo hiriente de esos primeros diez minutos (tal vez el mismo Eastwood no lo vea), se haya considerado un panfleto militar.

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Guardianes de la Galaxia: 11 claves del milagro Marvel

Llevamos varias décadas repitiendo el mantra con añoranza diabólica: los 80 son irrepetibles. Nadie puede volver atrás en el tiempo a no ser que cuente con una Tardis, un Delorean o una mutante con poderes psíquicos y un esqueleto de adamantium. Pero, ¿y si ese fuera el problema? Repetir, quiero decir. ¿Y si la clave para lograr el milagro de los 80 era partir de su esencia pura, de la genuina genialidad que otorga el querer disfrutar del viaje? En un momento en el que las aventuras parecen venir esposadas de lo ‘oscuro’, lo ‘dark’, lo ‘begin’, lo ‘origins’, aparece James Gunn, un director sin marketing, y nos propone una aventura limpia, clásica y repleta de emoción. Una conjura cinematográfica que ha obrado el milagro con el que crecimos los niños que ahora suman treinta: ‘Guardianes de la Galaxia’.

Lo último de Marvel es un baño de sabores en cintas de música y de VHS. Una elegante sucesión de imágenes y sonidos carismáticos que derrochan personalidad propia, con la que es terriblemente sencillo viajar en el tiempo para reencontrarse con los rescates de ‘La Princesa Prometida’, la evasión de ‘Los Goonies’, la pasión de ‘La Guerra de las Galaxias’, la adrenalina de ‘El Arca Perdida’, lo entrañable de ‘E.T.’ y la oda al personaje secundario de todas ellas. Porque por mucho que Chris Pratt sea el indiscutible Indiana Jones, no sería lo mismo sin Zoe Saldaña, Dave Batista, Bradley Cooper y Vin Diesel.

Peter Quill, Gamora, Drax, Rocket y Groot son los nuevos juguetes de una generación que, estoy seguro, enaltecerá a los Guardianes de la Galaxia a ese Olimpo de mitos modernos con los que la aventura empezó a tener sentido. El film de Gunn es una bomba de relojería que no abandona ni un solo minuto al espectador, obligado a divertirse durante dos horas formidables que invitan a repetir. Demonios, ¿cuánto tiempo hacía que no salían del cine con ganas de volver a ver una película?

La clave está en el humor. En buscar la aventura desde el gamberrismo y no desde el trauma. En la extraordinaria química que fluye (magnífica escena, la reunión de héroes antes de la traca final) de unos a otros. En la ausencia absoluta de complejos, como en los 80, mezclando las naves y los planetas más imponentes –visualmente es preciosa– con los clásicos del pop. Y en Rocket y Groot. Rocket y Groot son muy grandes. Quiero un Rocket. Y un Groot. Los quiero conmigo. Para siempre. Como a Hoggel, Ludo y Ser Didimus, al final del Laberinto. Yo –también– soy Groot.

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Por qué funciona Guardianes de la Galaxia: 11 claves

1- Peter Quill (Chris Pratt) entra bailando en un planeta desolado bailando a ritmo de The Raspberries y aparecen los títulos de crédito. Brutal.

2- Gamora (Zoe Saldaña) es un personaje femenino fantástico, alejado de estereotipos y convencionalismos. El dato: es la película basada en un cómic que más audiencia femenina ha tenido hasta la fecha.

3- Rocket (Bradley Cooper), el mapache, podría haber sido un pegote majo para entretener a los más pequeños. Sin embargo, en manos de James Gunn es pilar fundamental de los Guardianes, canalla máximo y fuente de gran parte del buen humor de la cinta.

4- Groot (Vin Diesel). Ya está. Groot mola mil.

5- Dave Batista no es, a priori, un buen actor. Pero para interpretar a Drax, su personaje, no creo que exista un actor más idóneo: pura literalidad.

6- La gran pega -por poner una- es el supuesto gran malo, Ronan, demasiada poca cosa para el resto del plantel. Aunque, mirando con perspectiva, resultan muy enriquecedores el resto de secundarios, tanto Yondu y su banda y Nébula (que dejan sus arcos argumentales abiertos), como, en el lado de los buenos, los soldados de Nova.

7- La música. Viajar por el espacio es una experiencia que se asocia rápidamente a fanfarrias de John Williams. Si ‘Guardianes de la Galaxia’ quería ser algo realmente distinto, tenía que arriesgar. Gunn acierta con su lista de éxitos ‘Awesome Mix’.

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8- Visualmente es preciosa. Un trabajo técnico impecable en el que, por cierto, ha trabajado algún que otro granadino. Enhorabuena.

9- Sin complejos. Desde el primer tráiler en el que sonaba el ‘Hooked on a Feeling’ la película ha sido fiel a un espíritu auténtico. Nada de marketing, estrellas tipo ni grandes talonarios. Recordemos que Harrison Ford no era lo que es hoy cuando rodó ‘Una nueva esperanza’.

10- El tono. No sé en qué momento se decidió que las películas de aventuras debían tener un tono oscuro para gustar al público, para que se las tomaran en serio. Irónicamente, ‘Guardianes de la Galaxia’ se pasa por el forro los convencionalismos y busca el ingenio, la chispa y la barbarie. Hay risas. Risas de verdad.

11- James Gunn. El director tenía un reto absolutamente colosal: el gran estreno de Marvel para el verano era una película de héroes que nadie conocía. En el primer pase privado de la cinta, Marvel y Disney quedaron tan satisfechos que pusieron su nombre en los títulos de arranque (“una película de James Gunn”) para dejar claro que era una película de autor. Y, además, firmaron una secuela a toda velocidad.

Y la 12, de regalo: es absoluta, completa y encantadoramente divertida.

La gran estafa americana (American Hustle)

El idilio con la mentira nos hace humanos. No se fíen de alguien que afirma decir siempre la verdad porque esa será, matemáticamente, su gran mentira. Mentir es un curioso arte que une culpa y satisfacción. Mentimos para ganar el órdago a grandes en el mus, para ligar con la morena que baila en el centro de la pista y para triunfar en la entrevista de trabajo. Mentimos para huir de los errores, para olvidar el fracaso y para apilar cadáveres en el ascenso a la planta noble. Lo más bello de la mentira, sin embargo, es su caudal abierto de idas y venidas: engañas fuera y engañas dentro. Creer en las mentiras que creamos, una certeza perfecta.

La artimaña de David O. Russell (‘El lado bueno de las cosas’) queda maravillosamente esbozada en la primera escena de ‘La gran estafa americana’: Irving Rosenfeld (Christian Bale, ‘El caballero oscuro’) mira el reflejo de su calva en el espejo; acto seguido, saca un bote de pegamento y procede, minucioso, a tapar el cráneo con un peluquín cincelado a la última moda. Espolvorea laca, retoca con un leve roce de la mano y abre la puerta del hotel, metiendo barriga, como un perfecto ‘sex symbol’.

‘La gran estafa americana’ es un juego de tahúres con cinco reyes en la baraja: Bale, Bradley Cooper (‘Resacón en las vegas’), Amy Adams (‘El hombre de acero’), Jeremy Renner (‘El legado de Bourne’) y Jennifer Lawrence (‘Los juegos del hambre’). Un embrollo en el que dos estafadores se ven obligados a colaborar con el FBI para cerrar una trama de corrupción política en los años 70.

Este es, sin duda, el mejor equipo interpretativo de 2013. Todos bailan de un extremo a otro, de la indiferencia al salvajismo, con suma destreza. Juntos y separados, un enorme derroche de talento. Ahora bien. Esta no es, sin duda, y a mi parecer, la mejor película del año. Sí que cuenta con una primera mitad brillante, pero se desinfla por momentos. Es entretenida, carismática y traviesa, pero no la obra maestra que esperábamos. ‘La gran estafa americana’ está en un escalón claramente inferior al de sus rivales directas, ‘12 años de esclavitud’ y ‘Gravity’.

Russell escribe un poema a la falsedad donde todo apariencia –incluida la arrebatadora sensualidad de Adams y Lawrence– define, sin tapujos, a la gran sociedad moderna.

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Cruce de caminos

La vida es un ciclo que empieza y acaba siempre en el mismo punto. Ciclos que se repiten una y otra vez, de maneras distintas, con ropas distintas y relojes distintos. Pero siempre los mismos ciclos. Es como el lugar en el que se cruzan varias carreteras, caminos que van en direcciones opuestas pero que, en algún punto del mapa, tornan el sentido y cambian de orientación. Es la gran historia de la humanidad: heredamos los errores y los aciertos de nuestros antepasados. Aunque no nos corresponda su carga.

Cruce de caminos’ (el título original, ‘The Place Beyond The Pines’, mucho más sugerente) es un tríptico en el que su director, Derek Cianfrance (‘Bluen Valentine’), profundiza en el nexo que flota de una generación a otra, más allá de la ciencia y el ADN. Tres historias –casi tres películas distintas, si gustan– hilvanadas con mimo y tiento, gastando saliva en los detalles, en los gestos en los sentidos que rodean la pantalla.

Cianfrance mezcla drama, romance y suspense en tres episodios formidables: Luke (Ryan Gosling), un motorista descarado y rebelde dispuesto a recuperar a toda costa a Romina (Eva Mendes), un amor de otra época; Avery (Bradley Cooper), un policía que se ve envuelto en una trama de corrupción; y Jason (Dane Dehaan), un adolescente desubicado y adicto a las drogas que arranca una vida tan propia como ajena.

Tal y como sucedía en ‘El Atlas de las Nubes’ (Tom Tykwer y Andy y Lana Wachowski, 2012), el formidable compromiso del casting por realizar una obra coral y el desarrollo por capítulos favorecen un epílogo satisfactorio, pero un desarrollo que puede llegar a atragantarse a un espectador desprevenido. Merece la pena leer el libro entero, admirar cada ‘Cruce de caminos’ y reconocer la facilidad que gastamos para convertirnos en nuestro peor enemigo.

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