Jurassic World

Bastan cinco minutos en ‘Jurassic World’ para descubrir que la película guarda una honesta y clara intención de no engañar a nadie. Ni siquiera a sí misma. 22 años después, la Isla Nublar se ha convertido en el mayor parque de atracciones del mundo. Claire (Bryce Dallas Howard, ‘La joven del agua’), su responsable y jefa de marketing, se sincera con un grupo de posibles inversores: «A nadie le impresiona ya ver un dinosaurio». Toda una declaración de intenciones de lo que está a punto de pasar.

Dudo que encuentren a alguien convencido de que ‘Jurassic World’ sea mínimamente comparable a ‘Parque Jurásico’. La película de Spielberg fue el milagro que cambió el rumbo del cine. Los espectadores de 1993 no podremos olvidar nunca la sensación de tocar por primera vez un dinosaurio. Ese impacto es irrepetible. Esa impronta es única.

Así, el film de Colin Trevorrow no podía resucitar las vibraciones pasadas. Pero sí rememorarlas, honrarlas y utilizarlas para hacer una película muy entretenida. Pese a que el guion flojea y que algunos personajes (personalmente no soporto demasiado a los niños) están dibujados con vagancia, la cinta goza de suficientes elementos como para salir satisfecho de la sala: la pareja de protagonistas, Bryce Dallas y Chris Pratt (‘Los Guardianes de la Galaxia’), funciona a las mil maravillas; los innumerables guiños a la primera entrega son excelentes; las perlas de humor, bien dosificadas; la sobrecogedora música de Michael Giacchino siguiendo la estela de John Williams; y, por supuesto, la efectividad de los dinosaurios. Sí, puede que ya no impresionen a nadie. Pero está claro que siempre resultan entretenidos.

Mantener las expectativas bajas es una buena idea. Llegar a la sala dispuesto a pasarlo bien y a disfrutar del viaje, como lo haría un niño de ocho años antes de entrar al mayor parque de atracciones del mundo. Si lo consiguen, si se dejan impresionar, se lo pasaran de fábula.

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Criadas y señoras

‘Criadas y señoras’ es una película muy americana. Y es, posiblemente, la primera vez que no utilizo la palabra ‘americana’ como algo despectivo. Pese a su efectismo y manipulación emocional, la cinta de Tate Taylor es un bonito paseo por el convulso Mississippi de los años 60, época fotogénica por excelencia de la patria de las barras y estrellas y culmen de la lucha contra la intransigencia racista. El acierto, sin embargo, reside en que el protagonismo recae en la mujer. La mujer como eje, obviado tantas veces por la épica, del cambio. De la igualdad.

Skeeter (Emma Stone) es una joven que acaba de licenciarse en periodismo con un sueño por delante: contar historias. Al volver de la Universidad, sin embargo, se encuentra con que la sociedad le empuja a buscar marido, a aprender a cocinar, a quedarse preñada y a dejarse de pamplinas vocacionales. En su pueblo todas sus amigas tienen una criada negra en su casa, a las que maltratan y humillan por ser “inferiores y víricas”. Skeeter decide darles voz y, evitando las absurdas leyes racistas que impiden que negras y blancas compartan el mismo espacio, se reúne con ellas para escribir su primera gran historia.

Como les digo, ellas son ‘Criadas y Señoras’: Viola Davis, Bryce Dallas Howard, Octavia Spencer, Jessica Chastain y Emma Stone. Ellas son las responsables de que la película tenga tantos colores, matices e ingenio. Taylor acierta en su conversión de la novela original y se aleja de ser, perdonen el tópico, “la típica película para ellas” y ofrece un producto agradable, consistente y funcional.

En EEUU ha sido un éxito descomunal en taquilla. Un fenómeno que aquí, como era de esperar, no ha sucedido. Y no lo ha hecho por eso, porque es muy americana. Porque tiene unas connotaciones que a nosotros se nos escapan, que no nos llegan a transmitir esa empatía necesaria para salir de la sala y recomendarla a nuestros amigos como imperdible.

El fondo de ‘Criadas y Señoras’, sin embargo, sigue siendo precioso: la ficción altera la realidad.