Un hotel, por Dios

He pasado miedo en el cine. Aún se me encoge el estómago al imaginar la escena de ‘Hotel Rwanda‘ (Terry George, 2004) en la que Paul Rusesabagina (Don Cheadle) esquiva, dentro de un camión, los machetazos de un soldado de la milicia Hutu. La escena es fiel reflejo de toda la película, la odisea de un director de hotel que intenta salvar la vida a miles de refugiados Tutsi. ¿Recuerdan cómo distinguían los Hutu a los Tutsi? “La nariz chata o la nariz fina”, explicaba Rusesabagina con una devastadora simpleza.

Mientras que miles se felicitan la Pascua por todo el mundo, 147 estudiantes keniatas han sido brutalmente asesinados por su condición de cristianos reconocidos. Una masacre por la que deberíamos llorar y gritar y patalear en la puerta de la indiferencia. Pero supongo que África queda demasiado lejos. Tan lejos como las pateras que sigue goteando nuestras costas. O la cortante hambruna del Sáhara. O las guerras que nunca serán noticia. Qué vergüenza, por Dios.

Sí, por Dios.

Quizás no sea la forma de la nariz la que delate nuestra condición, pero sepan que seguimos formando dos bandos: los que ven morir y los que mueren. Y ustedes y yo vivimos muy bien. Muy cómodos. Disfrutando de una semana de procesiones y calvarios de cera. Otros, mientras tanto, siguen orando en cuevas por sus vidas y por las nuestras. Orando por este sucio, demacrado y olvidado planeta que explotamos sin temor de Dios.

Tan solo espero que el día que necesitemos un hotel donde resguardarnos aún quede un Rusesabagina con ganas de salvarnos la vida. Ciento cuarenta y siete estudiantes no tuvieron esa suerte. Qué miedo.

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Charlie Hebdo, en memoria de Ernest Scribbler

Esta podría haber sido la guerra más bonita de la Historia. Una hermosa batalla de finas ironías, escaramuzas de sarcasmos elocuentes, estrategias de insultos creativos y mapas de dibujos afilados. Pero no. En vez de contestar un chiste de Mahoma con otro mejor sobre Hollande, optaron por la violencia. El 11-S francés, como titula el diario Le Monde. Encapuchados armados hasta los dientes entran en una redacción para acribillar a la libertad de expresión, sembrar el miedo y justificar la ira.

La tragedia de la revista Charlie Hebdo nace del mismo sentimiento que llevó a Kim Jong-Un a desafiar a Hollywood por una película que parodiaba su muerte (el mismo sentimiento, por cierto, que llevó a unos aficionados de fútbol a lanzar a un rival por un puente): fanatismo. Vivir creyendo que tienes derecho a hacer lo que quieras, con quien quieras, cuando quieras, por una convicción indiscutible.

Es el poder de la palabra, de las historias, del arte. Del humor. Un arma cargada de futuro que sacude los cimientos del fanatismo hasta ridiculizar su propia existencia. Alan Turing (Benedict Chumberbatch) lo repite varias veces en ‘The Imitation Game’: «sin el placer de la respuesta, los violentos no disfrutan de la violencia». Se refiere a una respuesta basada en el llanto, el grito, el miedo, la sumisión… Eso es lo que, decía Turing, espera el violento. Por tanto, si se lo quitas, le derrotas.

En los últimos días hemos llorado. Pero, joder, mentiría si no dijera que me he emocionado con la respuesta de escritores y dibujantes. Una rebelión de viñetas que, de un golpe, han unificado un espíritu en el que merece la pena creer: la pluma sigue siendo más fuerte que la espada.

Puestos a matarnos, matémonos de risa. Recordemos la vida y obra del genial Ernest Scribbler, el escritor que derrotó al ejército nazi gracias al chiste más gracioso del mundo. Un chiste que, con solo escucharlo, morías ahogado por una carcajada infinita. En 1945, la convención de Ginebra prohibió su uso por ser «demasiado peligroso» y, en 1950, lo enterró en el cementerio de Berkshire. O, al menos, eso es lo que nos contaron los Monty Python.

Morir de risa, qué bella guerra.

Yo también soy Charlie Hebdo.