Un tipo serio

Es una película frustrante. Y, precisamente ahí, en la tremenda frustración que sentirán al ver por última vez la cara de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) reside el éxito de la última película de los Hermanos Coen (‘No es país para viejos’, ‘Quemar después de leer’). ‘Un tipo serio’ cuenta la historia de Larry, un judio honesto y trabajador, profesor de Física en una Universidad americana, que vivirá la peor racha de toda su vida en 1967.

De buenas a primeras, Larry se verá envuelto en un divorcio, una muerte, un accidente de tráfico, un hijo adolescente aficionado a la marihuana, un hermano pirado y extravagante, la extorsión de un alumno, problemas de liquidez y la contratación de un servicio telefónico que él nunca pidió. Para superar la situación, los Coen nos proponen una historia dividida en capítulos en los que distintos rabinos intentarán guiar su espíritu hacia la felicidad.

El personaje de Michael Stuhlbarg (nominado al Globo de Oro a mejor actor) es sencillamente genial. Con un rostro flexible y unas cejas extremadamente expresivas, consigue transmitirnos la impotencia que siente cada vez que se desmorona un poco más su mundo. Una impotencia que el espectador traducirá, posiblemente, en unas ganas irremediables de ‘Tarantinizar’ la película para ver como mueren degollados, uno a uno y lentamente, los personajes que rodean al pobre Larry Gopnik. Hacia el final de la película, se sorprenderán animando al tipo a convertirse en aquel Michael Douglas que mandaba todo al carajo armado de una metralleta en ‘Un día de furia’ (Joel Schumacher, 1992).

Sin embargo, los Coen hilan fino y saben jugar con esa empatía para, al final, sorprenderles con un final que no se esperan. Que les chocará y les hará exclamar un sonoro “¡¿qué?!” Un final que requiere de abono, de tiempo y café para llegar a entender todas las sutilezas que, minuto a minuto, plantaron los Coen en el que es, quizás, el guión más extraño -y biográfico- de toda su carrera. Resumiría la filosofía de la película en una frase de Larry, durante una de sus clases de Física: “El Principio de Incertidumbre prueba que nunca podremos saber qué demonios está pasando. Pero, aunque no entendáis nada, os pedirán cuentas de esto en el examen final”.