Goya, la voz de la experiencia

Muchas voces pidieron la palabra y reclamaron justicia. Muchas gritaron palabras de solidaridad, apelaron a nuestra humanidad y arremetieron contra la frialdad de los que guardan el poder como una estatuilla ganada en una gala social. Muchas fruncieron el gesto y achicaron la boca, subrayando una y otra vez su más sincera repulsa a la falsedad, la vanidad y la corrupción que campan bajo techos desahuciados de toda piedad; de toda economía vital. Voces que invocaban a la Cultura con una fe mayúscula, una cultura desharrapada y más necesaria que nunca. Voces, en definitiva, que querían hacerse notar, contar, ser parte, crear conciencia. Ser escuchadas.

Y, sin embargo, solo hubo dos voces que ganaron en la noche de los Goya. Dos voces que responden a las arrugas y al buen hacer: Concha Velasco y José Sacristán. Porque no basta con querer ser bueno, hay que esforzarse. Hay que trabajar, estudiar, sufrir y ver pasar el tiempo para alcanzar una voz curtida, empática y deseable. Velasco y Sacristán hicieron cosas muy distintas sobre el escenario, pero ambas tienen que ver con un único concepto -impagable- que esta sociedad tiene a bien ignorar: la experiencia.

Primero Concha, espectacular, una artista convencida que se hace reina del escenario con tres palabras y dos pasos. Dueña y señora del público con una sonrisa edulcorada con la edad bien llevada, aceptada, bella. Con sofisticada elegancia y un humor arrebatador, nos encandila con un monólogo sobre sus hazañas en el cine español. Sobre lo que pudo ser y no fue. Y no llora. Ríe una y otra vez. Ríe sabedora de un secreto que aún no puedo descifrar. No habla de lo mal que está ni de lo mal que están otros ni de lo mal que está el mundo ni de lo mal que está estar mal. No. Ella actúa para su público. Se debe al espectáculo y el espectáculo, ya saben, debe continuar. Pese a los recortes y el iva. No habla de números y, sin embargo, me da más razones para querer creer que los que sacaron la calculadora.

Jose-Sacristan

Sacristán (con aires de Ian McKellen), por su parte, brinda glorias a la gente joven. A nosotros. A los que salimos a la calle a pelearnos con el mundo. Nos anima a seguir, a no morir, a derrochar el talento de la generación más preparada de la historia de este país. Y lo dice sin decir. Lo dice con inteligencia. Lo dice declamando, presa de una voz cargada de teatro:

“Muchas gracias. Se ha hecho de rogar, pero ha valido la pena esperar. Ha valido la pena esperar a gente joven con talento y con mucho coraje, que saben de cine, que lo aman y lo pelean. Porque hay que pelear muchísimo para hacer películas tan libres, tan valientes y tan amenazadas. Estoy Orgulloso de esta generación de cineastas, con coraje y talento (…) Este es un hermoso oficio, a pesar de todo”.

 

Jóvenes, tenemos que escuchar más. Nos queda mucho que aprender.