Oscar 2013: Argo Fuck Yourself

Me gustan los premios inesperados porque son como saltos de eje, incorrecciones por las que nadie apostaba, que nadie pretendía, pero que revuelven el ambiente con un tono insuperable de rareza. Han sido unos Oscar repartidos, café para todos, que podríamos englobar bajo un único título: ‘Argo Fuck Yourself‘ (con la pobre traducción española de Argoderse). ¿Por qué? Porque las encuestas fallaron, las intelectualidades sobraron y el espectáculo, como siempre, hubo de continuar. Así que, a todos los que esperaban el triunfo de una película por encima de las demás porque era, a su juicio -y en muchos casos era un juicio tiránico-, insuperable, unten la sentencia: “Argo Fuck Yourself”, “a fastidiarse”.

El gran triunfador de la noche fue Ben Affleck. Su película, Argo, reivindicó su nominación fantasma, que tantos otros se preocuparon en subrayar, y le consagró ante un público que miraba la pantalla como el padre que descubre que su hijo se ha hecho un hombre y ya no lo puede negar más: “¿Ese es Daredevil?”, preguntaban algunos.

El gran perdedor, mal que pese, fue Steven Spielberg. Tampoco lo merecía. Daniel Day-Lewis le puso la honra con el premio a mejor actor (con un discurso excelso, por cierto), pero supo a poco ante el despliegue de esperanzas esparcido por encima de la cartelera. Sin embargo, ‘El lado bueno de las cosas’, con un único premio a Jennifer Lawrence como mejor actriz, no aparenta la derrota de ‘Lincoln’; supongo que Lawrence es, en gran medida, el éxito de la cinta de David O. Russell y valedera de todas sus virtudes.

Vale, puede que ‘La noche más oscura‘ se bata el duelo por el título más penoso de la noche…

La sorpresa, para todos, fue ese maravilloso misterio repleto de preguntas que es ‘La vida de Pi‘. Una película que no sería nada sin la novela que la inspira y que abofeteó a todas las casas de apuestas con un concepto que no cabía entre tanto raciocinio y tanta ciencia: la fe.

El recuerdo lo deja el maestro Christoph Waltz, con una preciosa y simple dedicatoria tras ganar el Oscar a mejor actor secundario por ‘Django Desencadenado‘: “Esto es para el Dr. Schultz y, por tanto, para el hombre que lo escribió”. Brillante manera de adular a Tarantino y, sobre todo, a la embriagadora magia del cine, de las historias y de los personajes que alcanzan la mitología; algo mucho más importante que cualquier galardón. Inteligente, este Waltz. La de Tarantino es, sin duda, la otra ganadora de la noche.

¿Querían una película con 11 estatuillas que posibilitara un titular fácil y resultón? Lo siento, Argo Fuck Yourself.

La gala de McFarlane

En lo concerniente al espectáculo, al show, la gala tuvo uno de los mejores primeros quince minutos de su historia. El sarcasmo y la velocidad de Seth McFarlane y el cameo futurístico del Capitán Kirk, transformaron las clásicas reversiones de películas en una original forma de reinterpretar las normas del juego. Divertidísimo. Luego, lástima, los números musicales se hicieron con el escenario, sobrepasando, con mucho, el límite aceptable. ¿A qué vinieron las escenas de Chicago y Dreamgirls? ¿No hubiera tenido más sentido ver una actuación de ‘La vida de Pi’?

En cualquier caso, la gala de los Oscar fue mucho más entretenida gracias a las redes sociales y, qué duda cabe, cada año cobrarán mayor protagonismo. Además, está LA canción: ‘Saw Your Boobs’.

Lincoln

Frenar una masacre o ejemplificar el cambio de una era. ¿Quién sería capaz de tomar una decisión tan trascendente? ¿Quién podría ver más allá de sus días, más allá de su comodidad, de lo que el mundo le enseñó que era el mundo? ¿Quién lideraría una derrota tan dolorosa para ganar una vida que no va a disfrutar? Steven Spielberg ha dirigido medio centenar de películas con temáticas, protagonistas y universos incompatibles entre sí. Pero siempre, desde 1959, hablando de lo mismo: la familia. ‘Lincoln’ no es una excepción. Pese al preciosismo del relato histórico, Abraham es, ante todo, un padre y un marido.

El biopic del presidente americano pierde parte de su fuerza cuanto más lejos estemos de Kansas. Es una bala directa al corazón patriótico de los estadounidenses, una arenga al pueblo que un día fueron y al que siempre aspiraron ser. El tremendo calvario de Lincoln para aprobar la décimo tercera enmienda de la Constitución de los EEUU, la que aboliría la esclavitud, se convierte en un espejismo político donde resaltan tres pilares fundamentales: el ser humano, la fe y la herencia. Tres instrumentos que Spielberg unifica con un discurso maravillosamente hilvanado, desechando la épica visual de otros tiempos -de otra juventud, quizás-, por la épica del despacho, la voluntad y la intrahistoria. La política entendida como motivación. Como el juego del líder capaz de unir a su causa al enemigo a través de la palabra, el don y el talento. El líder como el buen bardo.

Daniel Day-Lewis no interpreta a Abraham Lincoln. Daniel Day-Lewis es Abraham Lincoln. Su imponente presencia copa la espléndida plasticidad característica de la filmografía de Spielberg y abraza, en su estela, a un elenco impulsado por su buen hacer, en el que, cómo no, destacan Sally Field y Tommy Lee Jones: enormes.

Lincoln sabe que mejorar el mundo que nos ha tocado vivir es el mayor regalo para sus hijos. Ser capaz de discernir el placer pasajero por un alegato eterno. ¿No es ése un mensaje actual? ¿A caso no busca Spielberg al espectador actual, al que debe aprender de su historia, de su error pasado, para decirle: “qué herencia dejamos a nuestros hijos”?

Esta es la historia de Spielberg, la que lleva escribiendo sesenta años: la familia. Familia como el motor de la historia de la humanidad: el padre, el hijo y luego el hijo del hijo. Y así sucesivamente. Sean o no americanos.

Nine

Nine. Nine. Nine. Nine… Si lo pronuncian muchas veces se darán cuenta de que el sonido es similar a la interjección alemana ‘Nein!’ Y eso es exactamente la última película de Rob Marshal: No. No y nueve veces no por: inaguantable, insufrible, aburrida, hortera, tediosa, excesiva, infumable, absurda e incomprensible. ‘Nein’ -es aposta, a partir de ahora nos referiremos a ella en germánico- cuenta el periplo de Guido (Daniel Day-Lewis), un director de cine italiano que busca su inspiración en las mujeres que le rodean. A juzgar por el resultado de la cinta, Marshal, al igual que su personaje, no consiguió escribir un guión con un mínimo de interés.

No le negaremos a Rob que el montaje de la película es sobresaliente. También la puesta en escena, el vestuario y las localizaciones. Incluso algunas las actrices llegan a inspirar algo de talento. Entonces, ¿cuál es el problema? Pues que las dos horas de metraje se sienten infinitas por culpa de una historia absurda y de pastiches musicales que, en conjunto, no tienen ni el más mínimo sentido.

Ver ‘Nein’ es como ver un programa tipo Fama mezclado con Operación Triunfo: Cantantes, bailarines, escenarios… Pero sin ninguna conexión entre una actuación y otra. De hecho, yo hubiera agradecido -al menos me hubiera reído- si al final de cada actuación hubiera salido algún profesor tipo Rafa Méndez ha decirle a las actrices: “Sí, has estado muy hot, tienes mucha energy, tienes que enseñar más carne…” Etcétera.

Porque ellas, manque pese, son, la mayor parte del tiempo, maniquíes de Revista televisiva. Se libran, a ratos, Marion Cotillard y Penélope Cruz, que sin duda son las grandes aportaciones de esta cinta. Nicole Kidman, Kate Hudson, Stacy Ferguson e incluso Judi Dench y Sophia Loren, pasan sin pena ni  gloria.

Al principio de ‘Nein’, un periodista le pregunta a Guido en rueda de prensa: “¿No nos va a contar de que trata su próxima película? ¿Se le han terminado sus ideas?” Y, me temo, que esa es la gran metáfora del último fiasco de Rob Marshall: mucho ruido y pocas nueces. Por si aún no les he convencido, insistiré para que no tiren su dinero: es un videoclip hortera. Un auténtico y soberano coñazo.