Las leyendas jamás contadas

Estaba pensando en la posibilidad de que el título sea, en efecto, un enigma como los que ofrece este periódico en sus últimas páginas. Ya saben, un pasatiempo. Quiero decir, si una película se llama ‘Drácula: la leyenda jamás contada’… ¿no será por algo? Últimamente los genios del márketing cinematográfico se afanan por reinventar historias de siempre bajo el yugo de «lo que nadie supo» o «lo que no nos han querido contar». Pienso en bazofias del tipo ‘Yo, Frankestein’ (sigo pensando que el título ‘illo, Frankie’, hubiera sido más acertado), películas nacidas por y para la campaña de promoción.

Hace unas semanas estuve en Londres y allí, al igual que en Madrid y en todas las grandes capitales del globo, todo –todo– estaba empapelado con imágenes alucinantes de Luke Evans (‘El Hobbit’) travestido en antesala de vampiro. Era imposible salir a la calle y no toparse con un póster impresionante o una enorme pantalla en la que un enjambre de vampiros hacía de cortinilla para el nuevo y moderno Drácula. ¿En qué ha quedado la desmesurada venta? En un éxito de taquilla que suma casi sesenta millones de dólares. Y sí, como se pueden imaginar, la crítica, al contrario, la pone a parir.

Supongo que nos da miedo y que por eso no nos hacemos la pregunta pero, allá va: ¿Tan maleable es nuestra voluntad?

Lo más doloroso del asunto es que este nuevo Drácula parece que va a liderar una saga de monstruos que pretende emular la locura que han desatado Marvel y DC con sus superhéoes. Universal planea una serie completa de cintas sobre criaturas reinventadas: el Hombre Lobo, Frankestein (otra vez), la Momia… como nunca antes los habíamos visto.

Qué curioso. Cuanto más pasa el tiempo, más tengo la sensación de que lo que menos se ha visto es ‘la historia que todos conocemos’.

 

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Drácula: Año Cero

Hace unos años, Arturo Pérez Reverte contaba en una de sus columnas del XL Semanal que cada vez que le preguntaban por un libro para enganchar a los jóvenes a la lectura, siempre decía el mismo título: “Hay una novela, sin embargo, con la que tengo la certeza de ir sobre seguro, pues no conozco a ninguno de sus lectores, jóvenes o adultos, que no hable de ella con entusiasmo (…) Ese libro extraordinario sigue ahí, en librerías y bibliotecas, en buen y sólido papel impreso, esperando que manos afortunadas lo abran y se estremezcan con su invención perfecta, su belleza y su trama sobrecogedora. La novela se llama Drácula y fue escrita por su autor, Bram Stoker, hace ciento diez años”.

Fiel a las enseñanzas del ilustrado, decidí hincar el diente -el colmillo, en este caso- en la aventura de Jonathan Harker, el doctor Van Hellsing y compañía, para descubrir por qué, siglo tras siglo, Drácula renace en todo tipo de formatos. Esa misma pregunta es la que origina el próximo trabajo del director Alex Proyas (la regulera ‘Señales del Futuro’ y la apasionante ‘Dark City’ son suyas), ‘Drácula: Año Cero’. Una película que contará cómo el joven Príncipe de Valaquia (Rumania), ‘Vlad’ -más tarde conocido como ‘El empalador’, el personaje histórico que inspiró a Stoker- termina aceptando el lado oscuro (“más rápido, más fácil, más cómodo”) para convertirse en el vampiro de Transylvania.

De la película, aún en fase de preproducción, sólo sabemos una cosa: Sam Worthington será Vlad. O, lo que es lo mismo, el protagonista de ‘Terminator Salvation’, la inminente ‘Furia de Titanes’ y, como no, la joya de la corona, ‘Avatar’. Si a eso le sumamos que Vlad fue “un gran luchador en contra del expansionismo otomano que amenazaba a su país y al resto de Europa”, “un heroico defensor de los intereses e independencia de su país, un justiciero” (wikipedia dixit), podemos llegar a una conclusión: William Wallace con colmillos, batallas épicas con arenga introductoria y, posiblemente, un ansia de conseguir que la Historia haga eterno a Vlad y sus valientes.

“No era muy alto, pero sí corpulento y musculoso. Su apariencia era fría e inspiraba cierto espanto. Tenía la nariz aguileña, fosas nasales dilatadas, un rostro rojizo y delgado y unas pestañas muy largas que daban sombra a unos grandes ojos grises y bien abiertos; las cejas negras y tupidas le daban aspecto amenazador. Llevaba bigote, y sus pómulos sobresalientes hacían que su rostro pareciera aún más enérgico. Una cerviz de toro le ceñía la cabeza, de la que colgaba sobre unas anchas espaldas una ensortijada melena negra”.