La Teoría del Todo

La ciencia transforma la magia en libros de texto, pero las teorías más innovadoras no existirían sin la fe ciega. Quiero decir. Antes de saber hay que creer. Y la creencia es, por definición, el reto de la ciencia. Stephen y Jane Hawking son dos elementos opuestos de una misma ecuación. Por separado hubieran sido seres extraordinarios pero, juntos, han hecho crecer el universo. ‘La teoría del todo’ es una de esas películas que ilumina tanto por lo que dice como por lo que calla. Un trabajo brillante que se sostiene sobre los hombros de Eddie Redmayne (‘Los Miserables’) y Felicity Jones (‘The Amazing Spiderman 2’).

El film de James Marsh (‘Man on Wire’) describe la abrumadora transformación de Stephen Hawking, un joven y prometedor estudiante de Física en Cambridge llamado a ser uno de los divulgadores científicos más reputados de nuestra era; y un genio encerrado en un cuerpo inerte. Lo más interesante del relato es la relación entre Stephen y su mujer, Jane, su más grande inspiración y la culpable de que el tiempo tenga quien le escriba.

Ambos, Redmayne y Jones, esculpen un muestrario de sensaciones bordados con mimo –qué gran carrera les espera–. Ella es adorable, preciosa y fuerte. Él es sobrecogedor: su encarnación de Hawking es sublime, mimética. Redmayne se somete a una tortura física fascinante por su credibilidad y por su facilidad para transmitir infinidad de emociones con pequeños gestos contenidos. Es que es tremendo, está retorcido en una silla de metal y, joder, parece feliz. «Mientras hay vida, hay esperanza».

Y aunque le dedique pocas palabras, no olviden saborear la maravillosa banda sonora de Johann Johannsson, con la colaboración final de Ludovico Einaudi y su Primavera.

‘La teoría del todo’ es un romance magnético que explica nuestro tiempo en el universo bajo la premisa del amor. El amor. Quizás, el término menos científico de la humanidad. Su motor.

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Seis claves de los Globos de Oro: de Eddie Redmayne a Frank Underwood

Uno. Eddie Redmayne. Ha conseguido lo mismo que Benedict Cumberbatch con ‘The Imitation Game’: tiene toda mi atención. Muero en ganas por ver ‘The Theory of Everything’ y su versión de Stephen Hawking. Ahora bien. Desde la primera vez que le vi (en la serie Los Pilares de la Tierra, si no me equivoco) pienso que tiene una cara extraña, como si fuera un anciano milenario encerrado en un cuerpo artificial que hay que regar por las noches. Es raro.

Dos. True Detective es la gran perdedora, no de los Globos de Oro, del año. La serie ha contado con la complicidad de crítica y espectadores, pero, finalmente, no se lleva nada. Sí lo hacen ‘Fargo’, que prometo empezar a ver esta semana, y ‘The Affair’, que consolida la rumorología: es el pelotazo de la temporada.

Tres. Kevin Spacey está por encima. Gana el Globo de Oro a mejor actor y se da el gusto de cerrar sus agradecimientos interpretando a Frank Underwood: «Esto es el comienzo de mi venganza». Personaje y actor merecen todos los halagos. Es de lo mejor de los últimos años.

Cuatro. Dos evidencias: ‘El Gran Hotel Budapest’ y ‘Cómo entrenar a tu dragón 2’. Dos joyitas que merecen todas las estatuillas que se inventen.

Cinco. Para los Oscar: la paciencia de Richard Linklater con ‘Boyhood’ gana el primer round a la inspiración de Iñárritu con ‘Birdman’. Un duelo muy interesante al que, parece, no hay tercer invitado.

Seis. Uno de mis comentarios favoritos de la noche, de Tina Fey: «George Clooney se casó con Amal Alamuddin. Amal es una abogada que defiende los derechos humanos, que ha trabajado en el caso Enron (la quiebra de una empresa de energía estadounidense), como consejera de (el exsecretario general de la ONU) Kofi Annan en Siria, y fue elegida una de las tres personas que integraron una comisión de la ONU sobre crímenes de guerra en la franja de Gaza. Bueno, pues esta noche su esposo recibe un premio a su trayectoria profesional».

 

72nd Annual Golden Globe Awards - Press Room

Los Miserables

El reto de Tom Hooper (‘El discurso del Rey’) era adaptar un musical que lleva treinta años triunfando en Broadway a un formato cinematográfico que aportara algo distinto; innovador. ¿Y qué es incapaz de mostrar el teatro? Primeros planos, retratos de los actores: emociones contenidas en una mirada descarnada, una barbilla renqueante, un gesto apasionado, creyente, fiel, noble y bello. No hay prismáticos que dibujen con tanto preciosismo los rasgos físicos y espirituales de un personaje como el saber hacer y la contención de Hooper detrás de la cámara: apabullante.

Sería imposible no destacar los siete minutos a pelo de Anne Hathaway, soportando la presión de una cámara que la desnuda en primerísimo primer plano, mientras su Fantine canta la evocadora ‘I dreamed a dream’. Inolvidable el brutal arranque de Hugh Jackman portando el peso de Francia y su estremecedora oración a un Dios al que acaba de traicionar. El musical de ‘Los Miserables’ en el cine es un carrusel de interpretaciones concentradas en la expresión facial de sus actores y en su talento musical. Jackman y Hathaway destacan sobre un reparto fantástico, implicado en cuerpo y alma a un objetivo plenamente artístico, trascendente.

Ése es el gran éxito de ‘Los Miserables’ de Tom Hooper. Y también su gran pecado.

Tres horas de primeros planos no son fáciles de digerir. Estoy seguro de que, vistas por separado, cada una de las canciones del libreto son una experiencia muy grata. Pero, de continuo, y debido al poco espectáculo que acompaña al guion, es comprensible que se haga tediosa, sobre todo en la última parte del trayecto. Creo que Hooper no ha conseguido rizar el rizo: un musical, en un teatro, en vivo y en directo, goza de ciertos elementos escenográficos que justifican la adaptación de la novela durante 180 minutos (con receso en mitad). La película, pese a traspasar a los personajes, no es la misma experiencia. No puede serlo.

En el cine, pese al brillante trabajo artístico, se hace excesivo. Hay demasiado apego al teatro, a un ritmo que la pantalla no sabe digerir con la misma facilidad, estropeando, incluso, la emoción que debería existir en ciertos tramos de la historia (la barricada, Eponin, la huida de Jean Valjean…), minimizando el clímax. ‘Los Miserables’ es un musical de un presupuesto elevado, pero intimista. Talentoso en lo formal, trascendente en lo artístico, pero renqueante en lo narrativo.

Pdt: el doblaje era innecesario.