La Teoría del Todo

La ciencia transforma la magia en libros de texto, pero las teorías más innovadoras no existirían sin la fe ciega. Quiero decir. Antes de saber hay que creer. Y la creencia es, por definición, el reto de la ciencia. Stephen y Jane Hawking son dos elementos opuestos de una misma ecuación. Por separado hubieran sido seres extraordinarios pero, juntos, han hecho crecer el universo. ‘La teoría del todo’ es una de esas películas que ilumina tanto por lo que dice como por lo que calla. Un trabajo brillante que se sostiene sobre los hombros de Eddie Redmayne (‘Los Miserables’) y Felicity Jones (‘The Amazing Spiderman 2’).

El film de James Marsh (‘Man on Wire’) describe la abrumadora transformación de Stephen Hawking, un joven y prometedor estudiante de Física en Cambridge llamado a ser uno de los divulgadores científicos más reputados de nuestra era; y un genio encerrado en un cuerpo inerte. Lo más interesante del relato es la relación entre Stephen y su mujer, Jane, su más grande inspiración y la culpable de que el tiempo tenga quien le escriba.

Ambos, Redmayne y Jones, esculpen un muestrario de sensaciones bordados con mimo –qué gran carrera les espera–. Ella es adorable, preciosa y fuerte. Él es sobrecogedor: su encarnación de Hawking es sublime, mimética. Redmayne se somete a una tortura física fascinante por su credibilidad y por su facilidad para transmitir infinidad de emociones con pequeños gestos contenidos. Es que es tremendo, está retorcido en una silla de metal y, joder, parece feliz. «Mientras hay vida, hay esperanza».

Y aunque le dedique pocas palabras, no olviden saborear la maravillosa banda sonora de Johann Johannsson, con la colaboración final de Ludovico Einaudi y su Primavera.

‘La teoría del todo’ es un romance magnético que explica nuestro tiempo en el universo bajo la premisa del amor. El amor. Quizás, el término menos científico de la humanidad. Su motor.

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The Amazing Spiderman 2: El poder de Electro

The Amazing Spiderman 2: El poder de Electro‘ es un completo despropósito. Una asombrosa decepción para el amante incondicional del personaje. Algo parecido a lo que sentimos con ‘Spiderman 3’ de Sam Raimi (2007). Y aunque me hicieron prometer que no haría la comparación por ser excesiva e hiriente, lo siento, pero me recordó a ‘Batman y Robin’ (Joel Schumacher, 1997): por su aspecto, su comprensión paródica, su enemigo ridiculizado, su guión irreparable, su música insoportable…

En esta ocasión, la historia se centra casi al completo en el romance crepuscular de Peter Parker (Andrew Garfield) y Gwen Stacy (Emma Stone) y en la proliferación irracional de personajes secundarios del cómic -que, en algunos casos, pasan completamente desapercibidos-: Electro (Jamie Foxx), Rino (Paul Giamatti), El Duende Verde (Dane Dehaan), Felicia Hardy (Felicity Jones) y Alistair Smythe (B. J. Novak). Un batiburrillo que solo funciona en la escenas de acción y que desespera durante más de dos horas largas. Demasiado largas.

Para que se hagan una idea de lo que hay: el tráiler lo muestra todo, todo y todo. Y por todo, quiero decir todo. Incluido el último fotograma de la película. Es un resumen fantástico que, probablemente, quite la morralla. Y vale que cuenta con un apartado visual, a veces, espectacular. Sobre todo la primera escena en la que Spiderman recorre Nueva York. Pero es que incluso cuando decides olvidar que lo que te están contando es un bodrio para centrarte en lo que ves, suena la música y lo estropea otra vez. ¿Qué clase de banda sonora es esta, Hans Zimmer?

La película de Marc Webb (‘500 días juntos’) es peor incluso que la primera entrega. Sigo pensando que Garfield y Stone encajan mejor en los personajes que Tobey Maguire y Kirsten Dunst, pero ellos son los protagonistas de ‘Spiderman 2’ (Sam Raimi), la mejor cinta del trepamuros hasta la fecha. ¿Cómo comparar la complejidad del Doctor Octopus de Alfred Molina con la vergüenza ajena del Electro de Jamie Foxx?

Ya hay anunciadas ‘Spiderman 3’, ‘Spiderman 4’ y spin-offs de ‘Los Seis Siniestros’ y ‘Venom’. Por favor, Marvel, pon cordura en todo este sinsentido.

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