¿Dónde estabas el 11-S?

¿Dónde estabas el 11-S? Once de septiembre de 2001. Sólo al leer la fecha soy capaz de poner distancia con la caída de las Torres Gemelas. Fue hace más de ocho años y, sin embargo, parece que la turba corriendo por las calles de Nueva York nunca dejó de agitarse. Las imágenes están grabadas a fuego en la memoria colectiva: “La otra torre, Ricardo, la otra torre”, que diría Matías.

Fue el punto de inflexión en el que el hilo argumental de la Historia de la Humanidad cambió. Otro de tantos giros bruscos, violentos e inesperados para marcar en las páginas del Tiempo. La realidad cambió por completo. El miedo, el temor a la posibilidad, a que “ellos” estuvieran a nuestro lado viendo la televisión con nosotros, escuchando la radio, haciéndose los sorprendidos… Cuando en realidad “ellos” eran los culpables. Una fobia irracional, de buenos y malos, que nos trajo nuevas reglas, nuevos protocolos, nuevos enemigos.

La Realidad cambió. Y también todo lo demás.

Desde el 11-S las series de ciencia ficción han mutado a productos filosóficos que desmenuzan la vida basándose en supuestos “imposibles” pero ejemplarizantes. Ayer se estrenó el remake de ‘V’ en Estados Unidos. El primer fotograma del capítulo -mínimo spoiler, disculpen- es un pantallazo en negro con una pregunta rotulada en blanco: “¿Dónde estabas el 11-S?” Después de 45 emocionantes minutos llego a la misma reflexión que en otras ocasiones: El ser humano está aterrorizado y necesita contarlo.

V’ cuenta como unos visitantes llegan al planeta con mensajes de paz pero con intenciones de guerra. Nos pone a lagartos vestidos de humanos, imposibles de distinguir entre multitudes aturdidas y nos lanza el mensaje: “Cualquiera podría ser uno de ellos”.

Los “visitantes” de ‘V’ son los “otros” de la isla de Perdidos. Seres atemporales y científicos que pululan entre aturdidos pasajeros de un vuelo que no va a aterrizar en su destino. Sin saberlo llegaron a La Isla, el único lugar en el universo donde se puede decidir el destino del mundo. Un mundo que puede quedar reducido a la tripulación de la única nave espacial que consiguió escapar de la casi completa aniquilación del hombre: Galactica. Pero en esa nave, en la que día tras día se canta el nacimiento de un bebé como si fuera el último, hay robots con apariencia humana, los “cylons”, que están entre nosotros y tienen un plan…

El 11-S también nos creó la necesidad de Héroes, salvadores que un día descubren que podían volar, pintar el futuro o, incluso, viajar en el tiempo. Un tiempo que lo visualizamos antes de que pase con los ‘Flash-Forwards’: 2 minutos y 17 segundos del 29 de abril de 2010.

Cómic, cine, videojuegos, literatura… Ningún arte se escapa de la onda expansiva. En todos los medios hay historias que hablan de enemigos infiltrados desde hace años entre nosotros, de las capas más altas a las más bajas de la sociedad. ‘V’ promete divertirnos, pero, una vez más, nos hace sentir inestables.

La Historia Interminable

La invitación del Señor Koreander era suficientemente clara: “Entre o salga, pero cierre la puerta”. Bastian, nervioso aún por los matones que había dejado atrás, duda. No sabe si andar o retroceder. Entrar de lleno en un reino fortificado por libros y escudado en papeles repletos de historias o, por el contrario, regresar a las limitaciones propias de la realidad.

‘La Historia Interminable’ supo lanzar un mensaje poderoso en sí mismo: La imaginación lo es todo. La creación por encima de la destrucción. El miedo a una bestia, ‘La Nada’, que recorre el mundo de la fantasía destruyéndolo a dentelladas de apariencia, clasicismo y falsa modernidad. En los últimos años, cada vez que me enfrento a una versión de un libro juvenil en la gran pantalla, me resulta excesivamente fácil ver a esa ‘Nada’ trotando a sus anchas de una butaca a otra.

‘Percy Jackson’, al igual que antes ‘Eragon’, ‘La Brújula Dorada’, ‘Narnia’ o el mismísimo ‘Harry Potter’, es una vergüenza -no me olvido de ‘Crepúsculo’, esa está en una categoría aún inferior-. Este tipo de críticas suelen terminar en un comentario del tipo: “Eso es que no te has leído el libro”. No, no lo he hecho. Ni ganas. De ninguno de ellos. Pero es que, aún suponiendo que sean joyas de la literatura, las películas son un asco. Dan una visión de los jóvenes muy ‘guay’, siempre con el mismo mensaje de “yo soy el elegido, tú eres una bazofia, yo soy el héroe, el resto meros niños normales, yo soy…”. Lecciones muy peligrosas, apegadas a la era del reality y el mamoneo -por famoseo- televisivo.

Matar a la imaginación no es buena idea. Y no les hablo de cosas de niños. Los cuentos son algo muy serio. Son el contenedor de los valores a los que un día nos referiremos con orgullo. Si los protagonistas de nuestra infancia son niños pijos y creídos, ¿de qué nos extrañamos si luego sólo visten ropa de marca, son jefes déspotas, malos compañeros y van de ‘elegidos’ por la vida? Bueno, puede que esté dramatizando un poco el asunto, pero la falta de imaginación está empezando a resultar insultante. Películas como ‘Percy Jackson’ son spots publicitarios de dos horas para vender camisetas por el doble de su precio. Y eso me mosquea.

Si yo fuera el señor Koreander, hace tiempo que hubiera dado un tremendo portazo. En todas las narices de ‘la Nada’.