Entre la evasión y la victoria

Es cierto que hay cosas más importantes que el fútbol o el deporte. Más urgentes. Pero nadie puede controlar sus emociones. Y de eso se trata todo esto: sentir, vibrar, saltar y gritar después de una mano milagrosa que se estira con el aliento contenido de millones de españoles. De aullar al techo y buscar el abrazo, el contacto humano, el instante impreciso, desdibujado y perfecto en el que expulsamos los malos espíritus con un golpe de energía. Un orgasmo público, unísono y destapado que dura unos segundos y se recuerda toda la vida.

El cine ha retratado en infinidad de escenas el poderoso magnetismo del deporte y su capacidad de revolucionar la sociedad. Desde ‘Invictus’ hasta ‘El secreto de sus ojos’, pasando por ‘Rocky’, ‘Moneyball’ e incluso ‘Somos los mejores’ o ‘Space Jam’. Pero, no sé por qué, esta Eurocopa me evoca al espíritu de ‘Evasión o Victoria’.

Los de Casillas son prisioneros de su propio éxito. Héroes de otras guerras bien libradas, guiados por un entrenador asfixiado por los consejos, advertencias y sapiencias malintencionadas de un país entero. Todos obligados a protagonizar una huida adelante, una escapatoria que pasa por la épica, el esfuerzo y un sufrimiento que sobrepasa las gradas del enemigo.

Mañana, cuando vuelvan las crisis, las primas y la madre que las parió, quedará una sensación que no da fruto, que no arregla la economía, que no borra el paro ni los recortes. Pero, seguramente, sea un pequeño, nimio e insignificante soplo de aire fresco al mirar la cuenta corriente. O al enviar cien currículums. O al comprar el pan… Al final, todos estamos entre la evasión y la victoria.

Grada, garganta y alma

Al despertar tenía la imperiosa necesidad de ponerme algo rojo. Y blanco. Mi única opción, más allá de la sudada y llorada del ‘Sí, podemos’, era una camiseta muy estilosa en la que se pueden leer dieciséis ‘na’ seguidos de un ‘¡Batman!’ Así soy yo, después de todo, un vecino más que se montó en el carro cuando ya estaba subiendo la cuesta. No uno de esos poderosos forofos del Granada CF, históricos y estoicos, que tienen un armario repleto de emblemas de la casa. De ilusiones cumplidas.

Salí a trabajar con sueño. La madrugada del sábado al domingo había sido larga y la resaca de cánticos aún picaba en mi cabeza. Por la noche no pudimos ir a la Fuente de las Batallas -con el resto de la ciudad- y nos tuvimos que conformar con recibir las fotos que llegaban a la redacción. Espectaculares. A las diez de la mañana, sin embargo, la plaza está impoluta. Con una belleza distinta, pero igualmente preciosa.

Un tipo, coloreado de rojiblanco, lee el periódico IDEAL sentado en un banco, bajo un sol de Primera. Al pasar a su lado se me escapa esa sonrisilla que tenemos la mayoría de los periodistas, fruto de grandes dosis de orgullo y de afán de protagonismo. “Yo estaba allí cuando la rotativa daba vueltas”, pensé. Casualidades del destino, el amigo tenía abierta la cartelera de cine. “Joder”, dije. Me acababa de dar cuentas de que era el primer fin de semana en mucho tiempo que no veía ni una película. También era, me percaté, el primer fin de semana en mucho tiempo en el que me sentía parte de una película.

No era el protagonista, ni siquiera un secundario. Me sentí como uno de los extras que, con suerte, se ven gritar al fondo de una enorme turba en la escena del discurso épico antes de la batalla. Pero allí estaba. Gritando. El filme no tiene desperdicio: un guion escrito con mimo, con promesas esperanzadoras en el primer tercio y crisis angustiosas antes de un clímax arrebatador. Y el público jadeando: “Soy tu grada…soy tu garganta…soy tu alma”

Es inevitable recuperar a Morgan Freeman, ataviado de Mandela, susurrando aquello de “soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma” en ‘Invictus’. Lo repito una y otra vez, como un mantra, para entender lo que sucede en hoy en la ciudad. Para comprender el lazo invisible que hoy nos hace sentir hijos de una misma tierra.

"Elegidos para ganar"

Elegidos para ganar Pues nada. Que resulta que el miércoles me fui en autobús a Madrid, que tenía que recoger a unos amigos que venían a un partido de fútbol. No sé si lo han escuchado. Unos chavales que empiezan ahora y que parece que no lo hacen mal. Y, por lo visto, el verano pasado ganaron un trofeico… Nada, que no me aguanto, tengo que presumir: fui a por la Selección Española de Fútbol -si no creyera que utilizar ‘emoticonos’ en la columna es de cateto pondría uno como éste 🙂 ahora-.

El caso, y volviendo al bus, es que nos pusieron, como es habitual, un par de pelis. ‘Deja Vu’ (Tony Scott), una chalaura tecnología en la que Denzel Washington tiene complejo de McFly, e ‘Hidalgo’ (Joe Johnston). Me gusta ‘Hidalgo’. Creo que es una cinta poco ambiciosa, que no despunta en nada, pero que goza de un entretenimiento fantástico. Retrepado sobre el asiento, uno de los diálogos me resultó especialmente apropiado. El escudero, una suerte de Sancho Panza a lo árabe, le dice a Viggo Mortensen: “En la vida están los elegidos para ganar y los elegidos para perder. No hay más”.

No es que esté completamente de acuerdo con la prescripción, pero me fue imposible -dentro del manojo de nervios que estaba hecho, figúrense, iba a ver a los Campeones del Mundo- no relacionarlo con los chicos de Vicente del Bosque. No sé si fue alquimia o brujería, pero la verdad es que ‘La Roja’ pasó de representar a la clásica frustración española, a ser imagen de éxito. De revolución. De liderazgo.

Sí, vale, luego está lo del paro, lo de las pensiones, lo de los políticos de pacotilla, las pamplinas económicas y otras bobadas que interrumpen la siesta. Pero, oye, ahí estuvimos. Al final de ‘Hidalgo’, Mortensen sonríe orgulloso después de haber ganado la carrera por el desierto. Vale, no he pasado sed, pero viajar entre campeones me ha hecho sentir que pertenezco al lado menos habitual. A los elegidos para ganar. Ya me bajarán otros de la nube.

Informe Robinson

Se lo tengo dicho: contar historias es algo importante. Y, saber hacerlo, un don. Nadie les podrá decir que yo fui uno de esos impertérritos amantes del deporte, difíciles de despegar del televisor cuando hay partido. Tampoco todo lo contrario. Pero creo que, en esta ocasión, la cosa va mucho más allá de ser o no forofo de unos colores, de una bandera o de un juego. Algo parecido a lo que Clint Eastwood consiguió con ‘Invictus’: transformar los 90 minutos de un partido en una narración épica gracias a los matices que rodean al balón: el ser humano.

El ‘Informe Robinson’ del Mundial de España bebe de la misma genialidad que tuvo Eastwood con la biografía de Mandela y Pienaar: un gol puede ser el epílogo, la metáfora y la última línea de un guión mucho más complejo, repleto de errores y virtudes. Los chicos del Plus se han marcado un ejercicio narrativo excepcional e inspirador. Un trabajo a caballo entre el periodismo y el cine documental que presume, desde el minuto uno, de una sensibilidad apasionante.

Los jugadores y el cuerpo técnico pasan de ser “sólo futbolistas” -como les dice el mismo Vicente del Bosque- a personajes de un cuento. Representaciones de ideas tales como el honor, la gloria, el trabajo, la amistad, la derrota y la superación. Iniesta se convierte en el protagonista que vive la mayor transformación, del miedo al valor, con una redención que clama justicia divina: “Dani Jarque siempre con nosotros”.

Las imágenes sabiamente escogidas invitan a una reflexión humana. A un envite personal a las fobias y a los sueños deshilachados por un narrador carismático, Reina, que reparte voces entre sus compañeros. Aquellos que las cámaras convirtieron en dioses sobre la Tierra y que ahora, con un fondo negro, íntimo, recuerdan, con lágrimas en los ojos, que sólo son personas.

Este ‘Informe Robinson’ (disponible en la web de canal +) ha conseguido ordenar el recuerdo. Imprescindible.

Las pasiones invictas

Qué gusto sentirse campeón. Del Mundo, oigan. Ayer por la mañana me emocioné -otra vez- al escuchar las declaraciones que Iker Casillas -nuestro insigne y particular Leónidas- hizo en la radio: “Este es el final perfecto para la película. Empezamos perdiendo, pero poco a poco, con trabajo y esfuerzo, hemos alcanzado el sueño. Esto es maravilloso”. Como dicen los entendidos, no se trata de ser supersticiosos, pero aquí todo cuenta. El día después de que España perdiera contra Suiza, hablamos de cómo nos gustaría recordar ‘la película’ del Mundial, ¿recuerdan?

Les planteé que el guión, gracias a la derrota, sería redondo. La metáfora de un país levantando, al fin, un triunfo. Convirtiéndonos en leyenda. Y, qué quieren que les diga, estoy terriblemente orgulloso de que la Historia haya hecho justicia.

Hoy me vienen tres filmes a la cabeza. La primera, la que ha guiado el espíritu del Mundial de Sudáfrica: ‘Invictus’, con un equipo – “dueños de su alma, dueños de su destino”- que ha cogido las riendas de un país sin líderes para darnos una dosis de emoción. ‘El secreto de sus ojos’ y su precioso monólogo sobre las pasiones, sobre cómo un sentimiento tan irracional puede hacernos poderosos. Y, en un rezagado tercer puesto, ‘300’, más que por la épica, por la tremenda paliza que soportamos de esos persas que no supieron perder, los holandeses.

Pero, finalmente, volvimos a la rendición de Breda. Las lanzas al suelo y los vítores al cielo. Un país convulsionando a rojos borbotones de amor. El amor por un deporte, por una idea, por un muesca en el fusil. El amor contenido en las lágrimas de rabia y en un beso, natural, entre el héroe y la heroína. Un beso como los de antes, inesperado, con la pierna al aire.

Casillas, qué película, amigo. Qué película.