Diez euros al año

Nunca me gustó la comparación entre lo que vale una copa y cualquier otra cosa. No sé. Es un recurso demasiado típico: «¿que te parece muy caro el periódico? ¿¡cuánto te gastas en copas en una noche!?», «¿que te parece muy caro un libro? ¿¡cuánto te gastas en copas!?», «¿que te parece muy caro el teatro? ¡copas!», «¿que te parece muy caro el cine? ¡copas!» En fin, ya saben a lo que me refiero. No me parece una comparación didáctica ni correcta, no porque falte a la verdad (lo que dura una copa frente a lo que dura una película), sino porque cada uno es libre de entretenerse como guste y, por tanto, de gastar su dinero como considere oportuno.

Ahora bien. No me vengan con que no van al cine porque es caro. ¿Caro comparado con qué? ¿Comparado con ver gratis en casa una película descargada? ¡Ajá! Cada vez que descargamos –ojo al plural, que aquí no se escapa nadie– un film estrechamos un poco más la soga de la industria, propiciamos el cierre de salas y el deterioro de las producciones nacionales e internacionales. Es decir, que cada descarga es un puñetazo directo en el rostro del cine. De las películas. De nuestra apasionante afición compartida. ¿Qué es más caro ahora?

Antes de que levanten la vista del periódico y me acusen de demagogia, analicemos el precio del cine. Según publicó IDEAL el pasado domingo, gastamos una media de diez euros al año en cine. Diez. Eso supone poco más de una película al año. Pero, ¿cuántas vieron de verdad? En Granada, por ejemplo, se pueden disfrutar los últimos estrenos por precios que oscilan de los 2 a los 8 euros entre semana, y de 5 a 8 los fines de semana. Eso es lo que vale la entrada. El problema es que se ha llegado a la concepción de que el cine debe ir acompañado de infinidad de chucherías que convierten la excursión familiar en un desembolso exagerado. Pero, ¿eso significa que el cine es caro? ¿No será todo lo demás? ¿No se ve el esfuerzo que realizan las salas tras la subida del IVA (algo que sí que tiene solución)?

Nos estamos maleducando a pensar que todo es gratis. Hemos pervertido la traducción del término ‘free culture’, cultura libre, accesible; por ‘cultura gratis’. Y eso no es correcto. Estamos en el momento justo para enseñar a los más pequeños –nosotros tenemos poca salvación– la importancia de respetar la obra cultural y su valor. Un valor entendido como entretenimiento, formación, trascendencia y, también, trabajo. Y por tanto dinero. Un dinero que sepan en qué se gastan. Que lo consideren oportuno.