Whiplash

Cinco, seis y… Minuto cuarenta y cinco. La pregunta suena como un violento redoble de batería: ¿sacrificarías todo por una vocación? Ser el mejor –badabúm–, dejar una huela imborrable en el mundo –badadum plas–, superar lo conocido –tss, tsss, tssss– y alcanzar la maestría –¡chas!–. ‘Whiplash’ es una apología del error, de la piedra en el camino, que, a través de la música, invita educadamente a todos los genios del mundo a que se vayan a la mierda: sin trabajo no sois nada.

La educación, precisamente, es fundamental en la película que escribe y dirige Damien Chazelle (guionista de ‘Grand Piano’). Por un lado, es alabanza al fracaso como medio para alcanzar el éxito y un nada sutil recordatorio de que el ser humano es fuerte por naturaleza, capaz de soportar la zancadilla y de alzarse fortalecido. Por otro, describe los riesgos de una educación que exija el mismo máximo a todos los alumnos: el peligro de frustrar e, incluso, humillar.

‘Whiplash’ es un fascinante relato de contradicciones. Andrew (Miles Teller, ‘Divergente’) se deja la piel para destacar en el mejor conservatorio del país. Un esfuerzo que no pasa desapercibido para Fletcher (J. K. Simmons, ‘Spiderman’), un apasionado músico de Jazz que exprime a sus alumnos hasta la lágrima. La relación entre ambos se convertirá en un intenso duelo que culminará en un pequeño, íntimo y exquisito final de obra: dos gestos que bien valen una película.

El film de Chazelle funciona por detalles: una gota de sudor en el platillo, dos manos que se cruzan en un refresco, una baqueta que baila en el suelo, dos ojos que chirrían, un puño que silencia… Pequeños planos que narran, desde el ‘menos es más’, una compleja historia de egos. Egos justificados en el caso de Teller y, sobre todo, Simmons: merece la estatuilla.

‘Whiplash’ no es la típica película de alumno destacado y profesor empático. No es, ni siquiera, una película de mensajes simpáticos y agradables con los que sobrellevar el fracaso. No. Es una película sobre un alumno y un maestro que nacieron para aprender. Sin medias tintas. Con sangre. Con la violencia de un solo de batería… ¡Badabúm!

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