Sherlock Holmes, juego de sombras

Vamos con un sencillo juego deductivo, como los que le gustan al señor Holmes: un cocinero prepara una tarta de chocolate con una receta propia que promete varios ingredientes novedosos. El comensal se sienta a la mesa y degusta el postre. Sabroso, opina, y lo devora sin compasión. Unos meses más tarde, el mismo comensal visita otro restaurante que ha comprado la receta del primer cocinero. Cambia un poco la manufactura, pero el resultado es, básicamente, el mismo. ¿Qué creen que hará el catador?

‘Sherlock Holmes: juego de sombras’ es la misma película que ‘Sherlock Holmes‘. En serio, la misma. Y conste que no lo digo como algo despectivo o hiriente. La verdad es que me lo pasé francamente bien con la aventura canalla, gamberra y violenta de Robert Downey Jr. y Jude Law. Las dos veces. Es, como decía, igual que tomarse un postre que te gusta mucho hecho por otro cocinero. En esta ocasión, Sherlock y Watson luchan contra la maquiavélica mente de James Moriarty, profesor e intelectual británico que sirve de consultor a las principales embajadas de Europa. Los detectives mantienen la teoría de que, tras la bondad e inteligencia de Moriarty, se esconde una conspiración entre las sombras para dominar el viejo continente.

Guy Ritchie imprime un estilo pulp y anacrónico al Londres del vapor con una cuidada estética detallista y brutal que sienta de escándolo a la pareja protagonista, ambos carismáticos y encantadores con una química fabulosa en pantalla. Sumen al cocktail de adrenalina y chistes socarrones a Jared Harris, un actor que posee un atractivo especial para interpretar al malo (véase ‘Fringe’), la fantasía visual sacada de un cómic, la imaginería de los títulos de crédito y la acertada música de Hans Zimmer, y obtendrán la respuesta a la pregunta dada: el catador se lo come con gusto, otra vez.

Quiero decir. No esperen una saga. No esperen una sucesión de películas con un guion hilvanado -para eso ya tienen el ‘Sherlock’ de la BBC-. Es un mero y fantástico divertimento pasajero. La clave está en no tener muy fresca la anterior cinta de Ritchie. Evidentemente, dos tartas seguidas podrían provocar una empachera intolerable, queridos Watsons.

Contagio

El ser humano que no puede tocar, acariciar y besar está defectuoso. Incompleto. Enfermo. La horrible sensación de que el otro pueda ser tu peor enemigo, sin saberlo, es terrorífica. No te toques la cara, lávate las manos, tápate la boca, usa unos guantes, limpia bien la mesa, mira tus cubiertos (“¡van a por nosotros!”). ‘Contagio’, de Steven Soderbergh (‘El buen alemán’, ‘Traffic’, ‘Ocean´s Eleven’) es el intenso relato coral de cómo se propaga una enfermedad mortal por todo el mundo y, con ella, el miedo, la ignorancia, la manipulación y la impotencia.

A través de los distintos personajes, Soderbergh recrea todos los estadios del virus: desde que una madre de familia se infecta (Gwyneth Paltrow), al marido que la sobrevive (Matt Damon), la investigadora que se desplaza al origen (Marion Cotillard), la especialista en gestionar crisis (Kate Winslet), el responsable del Centro de Control de Enfermedades (Laurence Fishburne), hasta el periodista freelance (Jude Law) que intenta sacar, por todos los medios, la supuesta verdad del virus.

Tres grandes ideas sostienen el guion de ‘Contagio’. Uno: seguimos siendo humanos y, por tanto, vulnerables. No hay tecnología -ni la habrá- capaz de evitarnos todos los males que pueblan la tierra. Dos: el miedo y la ignorancia sí se pueden afrontar, sí se pueden superar, siempre que estemos dispuestos a confiar en nuestros semejantes y a escuchar a los expertos; en este punto, Soderbergh da dos sonoras bofetadas: una a la homeopatía y otra a la paranoia colectiva que recorre las televisiones de todo el mundo cada vez que se da un aviso del tipo ‘gripe aviar’, ‘gripe porcina’ por culpa de cuatro conspiradores que aseguran que es un engaño de las farmacéuticas (claro que tampoco sabemos si este filme está producido por alguna gran farmacéutica, con lo que lo normal sería sospechar). Y tres: les aseguro que, al terminar, no querrán ir a ciertos restaurantes…

La parte técnica es brillante: la constante sensación de que hay una persecución en pantalla, con esa música electrónica que repiquetea en la cabeza, invitando a los personajes a mirar constantemente hacia atrás, a protegerse de algo que no vemos pero que es, en realidad, el auténtico protagonista de ‘Contagio’: el virus.

No apta para hipocondríacos.

(Y, si son tan amables, ya está feo ir al cine resfriado. Pero en esta película, tiene menos gracia aún. Que todavía estoy pensando en el prenda que teníamos en la fila de atrás estornudando cada dos por tres. Expandiendo la histeria colectiva. Eso no se hace, hombre.)

Sherlock Holmes (y II)

El Sherlock Holmes de Guy Ritchie tiene mucho en común con el Jack Sparrow de Piratas del Caribe. Salvando las distancias evidentes, ambos personajes son una reinvención poco esperada pero que, por su originalidad, resultan tremendamente atractivos. Robert Downey Jr. (Iron Man, Tropic Thunder) borda al excéntrico y astuto inglés con una estética muy de cómic que no olvida las raices de sir Arthur Conan Doyle. Pero Holmes no sería nadie sin la inestimable presencia de Jude Law (Closer, Alfie), un Watson siempre fiel, muy alejado del típico secundario puesto en escena para exaltar las bondades del protagonista. La química entre Holmes y Watson es, sin duda, el motor que hace que sea una película, por encima de todo, divertida. E ingeniosa.

La versión más ‘pulp’ de Sherlock Holmes es un compendio de todas las versiones del detective de Baker Street. Y, por supuesto, bebe mucho de una de las series más laureadas de los últimos tiempos -cuyos guionistas siempre han subrayado su inspiración ‘Holmesiana’-: House. Ambos hacen gala de una inteligencia detallista, razonada y secuencial, unida a un sentido del humor muy negro, crudo y basto. Incluso la convivencia del tándem House-Wilson es tan rica en detalles como la de Holmes-Watson.

El otro gran personaje de la cinta -Rachel McAdams, la chica, es un pelín sosa- es la ciudad de Londres. Una Londres cuidada que Holmes se afana en tocar y oler, consiguiendo que Picadilly o Trafalgar Square sean extremadamente palpables. Ritchie se ha volcado en llevar la gloria de su tierra a la gran pantalla con el cariño y la admiración de un hijo.

Ritchie, además, acierta en la forma de presentarnos a los personajes. Sabedor de que todo el mundo sabe quién es Sherlock Holmes, abandona cualquier descripción formal para, en los primeros minutos del film, mostrarnos sus habilidades físicas, investigadores y locuaces, dejando claro que este Holmes no es tan “elemental, querido Watson”.  Y sí, hay violencia. Pero no tanta como cabría esperar del director inglés, hasta puede resultar elegante. Seguiremos atentamente la sombra de Moriarty en la secuela anunciada para 2012, cómo no.