¿Pero tú has leído ‘El Gran Gatsby’?

Bajo la marquesina, un día lluvioso, esperando al autobús, puedes escuchar conversaciones ajenas como si formaras parte de ellas. Los contertulios olvidan que están rodeados de gente apilada, unos sobre los hombros de otros, para evitar que el agua cale en hueso. Con lo que se pierde la privacidad, las formas y se gana, por supuesto, realidad:

-¿Pero tú has leído el ‘Gran Gatsby’? –pregunta la chica. Es morena, bajita y viste rollo gótico, de negro, con los labios pintados de rojo y una chapa en el escote en la que se puede leer ‘Soy tan feliz que podría morir’.

-En el cole. Pero qué más da. A mí me parece que la historia es una mierda pinchá en un palo, de las de Antena 3 después de comer. ¡Está muy vista! –el chico es gordito, con el pelo revuelto y gafas anchas; una camiseta de manga corta sobre otra de manga larga, roja y azul.

-¿Una mierda? ¡Qué sabrás tú!

-No necesito leer mucho para saber qué me gusta o qué me deja de gustar.

-A ver…

-A ver, nada. Mira, si a mí la peli me aburre y me parece una chorrada de historia, ¿qué le hacemos? Lo mejor es la música, no hay más.

-Que sepas que el libro fue rompedor cuando se publicó porque hablaba de una forma y de una sociedad de la que nadie se había atrevido a hablar antes así –la chica gótica tiene armas y quiere soltar artillería–. ¡No puedes menospreciar la literatura por la película!

-Que me da igual el libro, que no lo pienso leer, que ya he visto la película, que no seas pesada…

-¡Pero es que no es lo mismo! De hecho, lo bueno que tiene la peli es que se atreve a cambiar la forma típica…

-Nada. La semana que viene vemos ‘Fast and Furious 6’, que eso no tiene novela, no hay que estudiar antes de ir a verla y nadie me echará en cara que me parezca una chorrada.

-Qué cansino eres…

-Y tú qué lista.

Cineasta blanco, Corazón negro, Escritor verde

Para los que tienden a patearse el mundo, el cine es un espejo que equilibra la realidad y la ficción. Cada vez que me subo a un avión recuerdo las palabras que solía repetir una profesora de Redacción:  «viajar y escribir, ¿qué mas?» En eso pensé, precisamente, el día que pisé África. Asistí a un encuentro de teatro intercultural en Assilah, Marruecos, con los alumnos de un instituto granadino. Fue una experiencia preciosa. Y es cierto lo que dicen, África siempre está por descubrir.

Las obras de teatro, escritas e interpretadas por los adolescentes, trataban en su mayoría sobre la inmigración ilegal, el drama de las pateras y el sueño que viste el viaje: la tierra prometida. Es curioso, porque mientras para nosotros, a este lado del charco, África es el paraíso original, para ellos, es nuestro suelo el que guarda la fuente de la vida eterna.

Viajar, las historias, el cine y África se conjugan en ‘Cine blanco, corazón negro’, el nuevo libro del escritor granadino Jesús Lens, que sigue emperrado en hacernos recorrer todo el mundo a lomos del celuloide (‘Café Bar Cinema‘, ‘Hasta donde el cine nos lleve‘). A lo largo de sus quinientas páginas, Lens rescata los mejores films relacionados con el continente africano, invitando constantemente al lector a descubrir ‘algo más’. ‘Invictus’, ‘Hotel Rwanda’, ‘Diamante de Sangre’, ‘Grita Libertad’, ‘Adiós Bafana’ o, incluso, ‘El Rey León’. El análisis cinematográfico se convierte en un apasionado relato, el cine contado e interpretado minuciosamente, como el maestro que desgrana a sus alumnos el arte de la química.

La lectura del libro de Lens ha producido el mismo efecto que aquel viaje a Assilah. El ver más allá de la pantalla, más allá de lo evidente, es una alquimia muy recomendable. Así, página a página, el cine se convierte en relato, el relato en introspección, la introspección en reflejo y el reflejo en una maleta más para el camino. Jesús Lens es esa clase de escritor nómada que brota entre la hierba, siempre esperanzado en un mundo mejor. Esperanza que viste de verde.

Disfruten la lectura.

Moby Dick

Como diría Gandalf, no podemos elegir el momento que nos toca vivir, pero sí cómo vivirlo. Haga el experimento, salga a la calle y pregunte a cualquier peatón. Descubrirá que todos venimos de realizar muchas más decisiones de las que somos conscientes: ¿Abro una cuenta de Facebook? ¿Digo que no me gusta la política en Twitter? ¿Me suscribo a Spotify o me compro un reproductor de vinilo? ¿Voy al cine o me alquilo un ‘video on demand’? ¿Imprimo el documento o lo guardo como pdf? ¿Por qué me piden un fax cuando todo el mundo manda emails? Y, por fin, la pregunta que justifica el título de este artículo: ¿libro de papel o libro electrónico?

Hace unos días me compré un lector de ebook. Para alguien que ha defendido tantas veces el placer que supone pasar páginas, oler a libro, manosear el lomo y curiosear la cubierta -incluso dormirse la siesta con un pesado tomo sobre el pecho tiene su encanto-, admitir la compra de un libro electrónico es una confesión complicada. Es como si el héroe de turno hubiera pintado una línea en la arena, para separar a un bando de otro, y, después de muchos años, le dijeras: «disculpe, capitán, pero que voy a probar aquél lado, a ver cómo va la cosa». ¿Es una traición?

Antes de que llegara el aparato de marras a casa, estuve varios días buscando el libro apropiado para estrenar mi lectura digital. Fue una entrevista con Tom Hanks, precisamente, la que me dio la clave. Decía que había intentado leer muchas veces ‘Moby Dick’ y que, tras muchos años, lo había conseguido. Y añadía: «quería leer el libro demasiado pronto; no había llegado mi momento». No me avergüenzo de admitir que yo tampoco lo había leído. Fue como una señal, un cartel luminoso con el rostro de Herman Melville invitándome a pasar.

Cielo santo, he disfrutado tanto leyendo ‘Moby Dick’. No era ni remotamente consciente del humor, la ironía, el carisma y la aventura que recorren sus páginas. Por mucho que sepas la historia –o que hayas visto alguna película que otra–, ninguna consigue imprimir la fe que derrocha la primera línea: «Llamadme Ismael».

El caso es que ahora miro a la estantería y la siento huérfana. He leído ‘Moby Dick’, pero necesito un lomo de tapa dura que lo diga. Que me recuerde el viaje, la experiencia, lo aprendido sobre la cubierta del Pequod. Una cicatriz palpable. Supongo que por eso acabo de encargar una preciosa edición de la obra de Meville en glorioso papel. Y, mientras llega, seguiré leyendo otras novelas con la comodidad digital. A veces, las decisiones no son excluyentes.

Buscando un libro

He recorrido varias ciudades en busca del libro para concluir que, efectivamente, está descatalogado. El tráiler de la próxima película de los Wachowski (‘Matrix’) y Tom Tykwer (‘Corre, Lola, corre’) me enamoró de tal manera que, al saber que estaba inspirada en una novela de David Mitchell corrí a mis librerías de cabecera en busca de la obra. Pero nada. Hubo un pequeño atisbo de esperanza, hace una semana, cuando una gran superficie comercial me permitió encargarlo por Internet. Realicé el pago y todo. Pero a los pocos días escribieron un email explicando que ese libro ya no está disponible. De ninguna manera.

Con todo, sigo preguntando en cada las librería por la que paso. Por si las moscas. La última fue en Madrid, el fin de semana pasado. Allí, en la cola, escuché la conversación de una pareja, novios o amantes, vaya usted a saber. El caso es que, para mi goce personal, hablaban de libros, páginas, papeles, letras impresas, editoriales y, sobre todo, tecnología.

“Esto es como con los móviles”, sentenció ella. “¿Qué quieres decir?”, preguntó él. “Verás -explicó la joven, con más o menos estas palabras-. Al principio, hace diez o quince años, no sé, nadie tenía móvil. Sólo unos pocos y, los que no teníamos, les mirábamos como diciendo: mira el tonto este, que se cree alguien. Y, encima, subrayábamos con afirmaciones del tipo ‘yo nunca tendré móvil, ¿para qué?, ¿quién quiere estar todo el día localizado?’. Ahora todos tenemos uno. Creo que eso, exactamente, es lo que está pasando con los libros electrónicos. Que sí, que nos gusta mucho el papel y renegamos de lo digital. Pero tiempo al tiempo”.

Pensé en la gente que mi rodea y es cierto. Todavía son pocos, pero ya conozco amigos y, más relevante, padres de amigos, que leen en su ebooks. Yo tengo uno y la verdad es que no lo uso nada. Me gusta pasar páginas. Pero si releo las palabras de la joven, creo que acierta en su exposición: es cuestión de tiempo.

Veamos el lado positivo. Un libro digital nunca será descatalogado.

Beginners & Hacerse el muerto

Por alguna artimaña curiosa del destino, terminé viendo ‘Beginners’ nada más terminar de leer el libro de relatos de Andrés Neuman, ‘Hacerse el muerto’. Una de esas fruslerías poéticas que concatenan dos universos aparentemente inconexos en una misma historia. La película de Mike Mills funcionó como uno más de los cuentos del argentino, todos ellos centrados en la vida que sucede alrededor de un muerto. Dosis de humor, sentimientos contradictorios, traviesos, y una tremenda facilidad para hacer disfrutar con la complejidad de la sencillez.

La encantadora presencia de Ewan McGregor, Mélanie Laurent y Christopher Plummer (que ganó el Oscar a mejor actor de reparto este año) hace de ‘Beginners’ una película enorme, pese a ser, en realidad, un precioso, minúsculo y comprometido detalle con todo y con nada. Hal (Plummer), al morir su mujer, confiesa a su hijo Oliver (McGregor) que siempre fue homosexual, y que pese a sus 75 años recién cumplidos se ha buscado un novio y quiere ser feliz. Oliver, por su parte, inicia una relación con la bella y enigmática Anna (Laurent). Ambos, distantes y cercanos, aprenderán a vivir otra vez. Como principiantes.

Tanto el libro de Neuman como la película giran alrededor de la muerte y, por tanto, de la vida. Y ninguna de las dos gratas experiencias les robará mucho tiempo, que es, al final, la clave del asunto. Desconozco si el escritor ha visto la película, pero estoy convencido de que él mismo encontrará una semejanza maravillosa, un pequeño relato que le hubiera gustado firmar.

Tienen la librería y el videoclub, elijan su camino y caminen. El resto llegará solo, se lo aseguro.