Fast & Furious 7

Es como ver a mi sobrino con sus coches de juguete: nada tiene sentido, pero se lo pasa pipa. ‘Fast & Furious 7’ (o ‘Furious 7’, que es su título original; o ‘A todo gas 7’, en versión española) es un conglomerado de elementos que, por separado, me aburren sobremanera. A saber: montaje de videoclip cutre, diálogos de monos en bicicleta, música estridente y reguetón insufrible, tetas y culos gratuitos (promedio de un plano corto de nalgas cada cuatro minutos), coches de canis y filosofía zen típica de la generación «me importa un carajo si yo estoy bien». Pero oye, todo junto, así picadito y mezcladito en su justa dosis, me parece hasta entrañable.

No se puede discutir. Los creadores de esta improbable saga cinematográfica se han tomado tan en serio lo que estaban haciendo que se han convertido en la única parodia posible de sí mismos. ¡Y llevan siete entregas! Pues eso, que no creo que haya nadie dispuesto a discutir sobre la calidad –en términos convencionales– de ‘Fast & Furious 7’. Pero es que, en su género, es la mejor saga de todas. Y la única.

En esta ocasión, la familia de Dom Toretto (Vin Diesel) cabalga para vengar la muerte de Han (la palma en los últimos minutos de la sexta parte) a manos del temible Deckard Shaw (Jason Statham). Un adrenalítico periplo repleto de coches volando, carreras circenses y peleas al más puro estilo de la WWF, que captura el mejor espíritu de ‘Los mercenarios 2’: Michelle Rodríguez, Tyrese Gibson, Ludacris, Dwayne Johnson, Kurt Russel, Nathalie Emmanuel, Elsa Pataky, Luke Evans, Tony Jaa y Djimon Hounsou. Clásicos y modernos arrejuntados para pasárselo como un niño con juguetes nuevos. Pipa. Sin complejos.

Y, por supuesto, está Paul Walker. El actor falleció durante el rodaje del que es su gran legado profesional. Los cinco último minutos transpiran emoción a flor de piel. La parte más sincera y honesta de la cinta. El más bello y doloroso monólogo de Vin Diesel. Cinco minutos que justifican, más allá del entretenimiento indiscutible, el visionado.

 

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Las leyendas jamás contadas

Estaba pensando en la posibilidad de que el título sea, en efecto, un enigma como los que ofrece este periódico en sus últimas páginas. Ya saben, un pasatiempo. Quiero decir, si una película se llama ‘Drácula: la leyenda jamás contada’… ¿no será por algo? Últimamente los genios del márketing cinematográfico se afanan por reinventar historias de siempre bajo el yugo de «lo que nadie supo» o «lo que no nos han querido contar». Pienso en bazofias del tipo ‘Yo, Frankestein’ (sigo pensando que el título ‘illo, Frankie’, hubiera sido más acertado), películas nacidas por y para la campaña de promoción.

Hace unas semanas estuve en Londres y allí, al igual que en Madrid y en todas las grandes capitales del globo, todo –todo– estaba empapelado con imágenes alucinantes de Luke Evans (‘El Hobbit’) travestido en antesala de vampiro. Era imposible salir a la calle y no toparse con un póster impresionante o una enorme pantalla en la que un enjambre de vampiros hacía de cortinilla para el nuevo y moderno Drácula. ¿En qué ha quedado la desmesurada venta? En un éxito de taquilla que suma casi sesenta millones de dólares. Y sí, como se pueden imaginar, la crítica, al contrario, la pone a parir.

Supongo que nos da miedo y que por eso no nos hacemos la pregunta pero, allá va: ¿Tan maleable es nuestra voluntad?

Lo más doloroso del asunto es que este nuevo Drácula parece que va a liderar una saga de monstruos que pretende emular la locura que han desatado Marvel y DC con sus superhéoes. Universal planea una serie completa de cintas sobre criaturas reinventadas: el Hombre Lobo, Frankestein (otra vez), la Momia… como nunca antes los habíamos visto.

Qué curioso. Cuanto más pasa el tiempo, más tengo la sensación de que lo que menos se ha visto es ‘la historia que todos conocemos’.

 

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