María Isbert, esa sonrisa

No sé dónde reside el éxito. Para unos está en conseguir que recuerden tu nombre, que esté grabado en letras de oro en algún importante galardón o en una baldosa con solera. Sin embargo, creo que a veces el triunfo es un sentimiento del que no somos conscientes. María Isbert, por ejemplo, alcanzó todo tipo de metas profesionales: premios, reconocimientos, fama, respeto. Pero, sin duda, su gran hazaña es que al mirar su foto sientas una extraña cercanía. Una cara reconfortante. Esa sonrisa de abuela.

Sería injusto pasar por alto el descomunal talento que derrochó por platós y escenarios. Ayer, los periódicos de toda España la reconocieron como ‘la eterna secundaria’. No puedo estar más de acuerdo. El error está en considerarla una actriz menor.

‘¡Cómo está el servicio!’, ‘La tonta del bote’, ‘Operación Mata-Hari’, ‘Hay que educar a papá’, ‘Una chica casi decente’, ‘La guerra de papá’, ‘El bosque animado’, ‘Amanece que no es poco’ -me fascina esta película-, ‘La gran aventura de Mortadelo y Filemón’, ‘Semen, una historia de amor’ y hasta 250 más.

Su última película, en 2005, encierra en su título un magistral epílogo a lo que ella ha sido para el cine español: ‘Envejece conmigo’. Es imposible no mirar su cara, arrugada por la vida, y recorrer los surcos de una vida en piel ajena. Imposible no recordar una tarde sentado al brasero mientras nos hacía reír. Imposible no despedirse con la extraña sensación de que se va una cara conocida, esa sonrisa de abuela.