Una historia de miedo

Ana es una señora entrañable. Tras una mirada risueña y una expresión conmovedora, la limpiadora de la Facultad de Odontología de Granada cuenta su historia como el opositor que canta temas. Son tantas veces, dice, que es imposible olvidar. Claro que, ¿quién olvidaría la vez que charló con dos fantasmas mientras barría un aula? Esta y otras historias las pueden encontrar en un especial que ha realizado el equipo de ideal.es: ‘El mapa de las historias de miedo de Granada’. Una virguería 2.0 tan entretenida como escalofriante -si es que son de los que se creen estas cosas-.

Pero no les quiero hablar de espíritus, quiero hablar de ella. De Ana. Y de cuál es, a mi juicio, la verdadera historia de miedo: tiene 72 años (disculpa, Ana, la indiscreción). A esa edad, por muy jovial que sea uno, la vida debería ser otra cosa mejor. No me refiero al trabajo en sí, que me parece absolutamente necesario y respetable. Subrayo los 72 años, por Dios. ¿No es hora de disfrutar?

Está claro que el sistema es el sistema y cambiar la normativa para obtener una jubilación digna debe ser más complicado de lo evidente. Pero conforme Ana me contaba su caso, dos imágenes se juntaban en mi cabeza. Bueno, más bien cinco millones. ¿Qué va a pasar con todos los jóvenes que engrosan las listas del paro dentro de cuarenta o cincuenta años? O sea. Ya es triste contar hasta infinito para empezar a trabajar pero, ¿qué pasará cuando se acabe la espera? ¿Moriremos anclados a la oficina?

No les engaño, Halloween me la trae al pairo. Los fantasmas, las apariciones y toda la pesca paranormal. Lo de disfrazarse me parece muy divertido. Ahora, si lo que buscan es miedo, un temblor que recorre la espina dorsal como un meridiano universal, hagan la cuenta de la vieja: ¿cotizaré lo suficiente como para poder jubilarme en vida?

Tic, tac, tic, tac…

Hallelujah

La habitación es oscura y están aterrorizados. Tras la única puerta que hay a su alrededor va a entrar la criatura más horrible, la razón que haría que sus piernas dudaran y su corazón latiera con la insistencia de una ovación a Leonard Cohen. El pomo gira, el marco chirría y un halo de luz, acompañado del estrépito de un violín desangelado, se deja entrever justo antes de que aparezca… ¿El paro?, ¿la vivienda?, ¿los terremotos?, ¿el tráfico?, ¿las obras del Metro?… ¿Dios?

El miedo es una de las grandes invenciones del hombre. Y, sin duda, una de las más útiles. Lo de maldecir Halloween (traducción libre del granaíno término «Malafollá») por ser una fiesta americana que viene a usurpar los valores de la tradición española me suena a camelo. Realmente creo que es de las pocas cosas que haríamos bien en importar: celebrar el miedo.

Si no fuera por el miedo no existiría el valor. Sin él nunca hubiéramos visto a Athos arriesgar su vida para salvar a la Reina ni a Bastian echar, a lomos de un dragón, a los indeseables que le pegaban en clase. Quiero decir, que el miedo es el que nos otorga el inconmensurable privilegio de sentirnos como héroes. Y no como los actores secundarios de una peli de zombies.

Es terrorífico no encontrar trabajo y no poder pagar un piso. Angustioso ver como un familiar cae enfermo. Agotador aparcar en el centro de la ciudad y desesperantes algunas de las decisiones políticas de nuestros líderes. Sin embargo, hace tiempo le pregunté a una niña a qué le tenía miedo y respondió que «a los monstruos». Nada más sincerarse, su mamá le preguntó «¿dónde están esos monstruos?», y ella respondió, con obviedad: “¡En los cuentos!”

Amigos y amigas, sean valientes en sus vidas y arriesguen. No se dejen vencer por el salario, la hipoteca ni la enfermedad. No se rindan y luchen por lo que siempre quisieron. Sin miedo. Porque usted y nadie más que usted es el protagonista del cambio. Y si alguna vez no encuentran la chispa que les haga lanzarse al vacío y gritar ¡carpe diem!, piensen en esta niña con 20 años más, en una habitación oscura con una sola puerta tras la que vive su mayor temor. Un temor que pueda superar con cerrar las páginas del libro y escuchar la rasgada voz del «Hallelujah» de Coen.