En tiempo de brujas

Ser Nicolas Cage tiene que ser muy complicado. Un tipo al que no le falta el trabajo, que ha hecho alguna que otra peli decente y que cuenta con numerosas amistades en las altas esferas de Hollywood. Sin embargo, se ve que debe ser una persona de esas a las que no les gusta decir que no a nadie. Y claro, pasa lo que pasa. Te conviertes en el chivo expiatorio de ideas absurdas, rodajes maltrechos y producciones canallas que aburren al personal e insultan al espectador. Porque ‘En tiempo de brujas’ es muchas cosas, pero sobre todo es una pérdida de tiempo.

Behmen (Cage) y Felson (Ron Perlman) son dos cruzados ejemplares. Protagonistas de las más épicas leyendas que se cuentan en las tabernas de todo el mundo. Hasta que un día, tras una refriega masiva, su ejército masacra a mujeres y niños sin piedad. Ambos héroes reniegan de la Iglesia, convirtiéndose en fugitivos y, más tarde, en presos. Un obispo les ofrece un trato: la libertad a cambio de transportar a una joven bruja, acusada de provocar una plaga de peste, a un templo donde podrán exorcizarla. Así, una vez más, se pondrán a las órdenes de la Iglesia.

Existe la posibilidad de que usted, amante de las películas de aventuras, se diga a sí mismo: “Bah, yo quiero verla, que a mí me entretienen mucho las espadas”. Error. Muy grave, de hecho. La película de Dominic Sena es un aburrimiento en todas sus facetas. Y, además, con la desagradable conjunción de leprosos y fanáticos religiosos, que nunca es plato de buen gusto.

La sorpresa ha sido que Sena, un director forjado en las películas palomiteras (‘Operación Swordfish’, ’60 segundos’) sea capaz de concentrar en una hora y media tal cantidad de estupideces, clichés y escenas rodadas con tan poca gracia. Por no hablar de los efectos especiales, que parecen hechos con el Paint.

‘En tiempo de brujas’ es innecesaria.

La guerra de Galloway

Uno de los trabajos que recuerdo con más cariño de la carrera fue un falso documental (no grabamos nada, sólo hicimos un esqueleto) sobre el posible origen de una Tercera Guerra Mundial. Belén Blázquez, la profesora de Relaciones Internacionales, nos lanzó el reto de analizar los puntos de conflicto en el mapa geopolítico y encontrar la que, a nuestro juicio, sería la chispa que encendería una mecha que abrasaría todo el planeta.

De aquél maravilloso desafío saqué tres lecciones inolvidables. Por lo pronto, una obviedad que suele pasarse por alto: el ser humano es capaz de hacer el mal. De elegir el mal a conciencia. Personajes como el de Nicolas Cage en ‘El señor de la guerra’ (Andrew Niccol, 2005) son muy reales. No les quepa duda: con la última locura de Kim Jong-il hay un hijo de puta que se está frotando las manos. Un decrépito fumador de puros que sobrevuela las muertes de otros como la mosca que se endulza los morros con un buen montón de mierda.

Segunda conclusión: la verdad nos hará libres. Parece que siempre ha estado ahí, que es un bien consumado en todas las sociedades, pero el ‘periodismo’ es un trabajo vital -en el más estricto sentido de la palabra-. Necesitamos de palabras, voces e imágenes que narren el tiempo. Denuncias instantáneas contra el país que decide lanzar misiles contra su vecino y testigos de la llegada de los aviones yankis.

La decepcionante ‘Cuando éramos soldados’ (Mel Gibson, 2002) tenía, sin embargo, una escena preciosa. Galloway, un periodista convertido en soldado, abandona su fusil en mitad del asedio y recupera su cámara de fotos. Un sargento le dice: “No puedes hacer fotos ahí abajo, hijo, te juegas la vida”; “soy un no combatiente”, responde. “Lo siento, aquí todos combatimos… sea como sea”.

¿La tercera? Que me gustaría ser ese periodista. Galloway. Y que hacen falta más profesoras como Belén.

Teniente Corrupto

Terence Macdonagh (Nicolas Cage) es policía en Nueva Orleans. Es una fachada de orgullo patrio, de barras y estrellas, de paradigma de los valores estadounidenses. Es el arma que defiende nuestros derechos, adalid de la democracia y la justicia, firme ejecutor de la verdad. Protector de los débiles y mártir entre los pobres. Él es la mejor baza para acabar con la delincuencia organizada en la ciudad.

Pero, Terence Macdonagh también es un adicto a toda clase de sustancias. Desayuna, almuerza y cena con aderezos de estupefacientes. Es un chulo y su única prostituta es, además, su novia (Eva Mendes). Hijo de alcohólicos. Apuesta semanalmente cantidades absurdas de dinero, lo que hace que sea un deudor perseguido por las mafias. Acosa, estafa e intimida a todo el que le conviene. Abusa de su poder. Viola. Por eso él es ‘Teniente Corrupto’.

La película de Werner Herzog (Grizzly Man) no es una bajada a los infiernos de Nicolas Cage, pues ya empieza allí. Es un paseo. Un canto al pecado y a la doble moral estadounidense que sirve a una Justicia siempre amparada en la dualidad del resultado. ‘Teniente Corrupto’ es una estupenda alternativa en la cartelera, que llega a combinar escenas terriblemente dramáticas con paranoias más cercanas a una comedia extravagante provocadas por el colocón que lleva continuamente el personaje de Cage.

Un Cage que, sin deslumbrar, convence en su papel de antihéroe, aunque un poco sobreinterpretado en los últimos minutos de la película. Además de la siempre bella Eva Mendes, le acompaña en el reparto el espectacular Val Kilmer (Batman Forever), no por su interpretación, sino porque tardará 40 minutos en descubrir que, debajo de la papada y los kilos de más, está él. Menudo cambio radical.

Los amantes del género policial disfrutarán de ‘Teniente Corrupto’, por cierto, remake de la película del mismo título dirigida por Abel Ferrara y protagonizada por Harvey Keitel en 1993… Carajo, 1993. Cada vez se hacen antes los remakes. A este paso, dentro de un año tenemos remake a la vista de ‘Atrapado en el Tiempo’ o ‘La Lista de Schindler’. Puestos a versionar, váyanse más atrás, hombre.